Toca el turno de analizar el tomo que completa la colección inicial del Caballero Luna. Recordemos que el primero de estos dos tomos que recopilan al Caballero Luna más clásico recogía los primeros 15 números de la colección, además de la larga lista de episodios precedentes, publicados bajo otras cabeceras.
El volumen que nos ocupa, por lo tanto, contiene el resto de números de esa primera colección propia, bajo la batuta de su creador escrito, Doug Moench, y del que podríamos llamar padre adoptivo gráfico, Bill Sienkiewicz. O, por lo menos, de entrada, porque todo autor llega un momento que abandona su obra, como veremos.
Curiosamente, el tomo abre con un número en el que no participa ninguno de los dos autores. Moench y Sienkiewicz se dan un pequeño descanso que aprovechan el guionista Jack Harris y el dibujante Denys Cowan para realizar este episodio autoconclusivo. Un episodio cuyo guion realmente define de qué va esta colección. Un relato propio de superhéroe urbano sobre crimen y mafias. Otra cosa ya es la calidad del episodio en sí.
Una organización delictiva prepara un acto terrorista, pero antes deben quitarse de en medio al Caballero Luna. Para ello, contratan a un paleto forzudo armado con una maza y unas pinzas. Pese a que el número no es nada del otro jueves, lo que deja más descolocado es la estéril aparición de la Cosa, cuyo único interés parece residir en el de plantar su cara en la portada del comic-book.
En el último tramo del tomo precedente tenía lugar un hecho que quizás sea la mayor herencia que esta colección inicial del Caballero Luna dejó para la historia. Me refiero al salto evolutivo de Bill Sienkiewicz en su calidad de artista gráfico. Un salto que tiene que ver con dos factores principales, el autoentintado y el paso a una narrativa más creativa y personal.
Sin embargo, el tomo continúa con una línea argumental que supone un paso atrás en este sentido. El hecho de volver a contar con un entintador externo (Steve Mitchell) en los cuatro números que ocupa esta primera saga del tomo, sumado a la estructura de viñetas más convencional, más cuadriculada, nos traslada unos meses atrás en la colección, a su primer tramo, básicamente.
Una saga en la que Moench sigue apostando por el superhéroe enfrentado a las amenazas del mundo real (mafiosos, terroristas, dictadores, psicópatas…), fuera de lo fantástico o lo sobrehumano. En este caso concreto, el guionista nos cuenta una de espionaje, política y acción bajo la amenaza de Nimrod Strange, un comandante que lidera un ejército de terroristas al que llama el Ejército del Tercer Mundo. Una coalición de hombres de extrema izquierda y extrema derecha con el que el siniestro sujeto amenaza con derrocar todos los gobiernos. El tipo es una evidente personificación de los dictadores del tercer mundo y el riesgo que suponen para la estabilidad y la paz mundial.
En cierta manera, no difiere demasiado del tipo de amenazas y de tramas de acción y espionaje que Moench había estado escribiendo en su otra colección enseña, la de Shang-Chi. Y tampoco se puede negar cierta asociación del Caballero Luna con el mundillo de las artes marciales, especialmente en las medias lunas lanzaderas a modo de shuriken o en el bastón que lleva escondido un nunchakus, incluso en el estilo de algunas peleas.
En cualquier caso, una notable historia con buenas dosis de acción y tensión dividida en varios actos. A destacar la infiltración del Caballero Luna acompañado de Marlene y de Frenchie en la isla cuartel del enemigo.
Además de Marlene Alraune y del inseparable Frenchie, el resto de personajes secundarios presentados por el tándem creativo al inicio de la presente colección siguen gozando de un funcional protagonismo a lo largo de este tomo. Esto es, el mayordomo Samuels, el detective Flint, la barman Gena Landers y el soplón Crawley. Y, por supuesto, Moench sigue jugando con las tres identidades civiles del hombre bajo la máscara blanca, Marc Spector, Steven Grant y Jake Lockley.
Antes de reencontrarnos con el Bill Sienkiewicz estelar, la colección todavía tiene que pasar por otro episodio con dibujante invitado. Concretamente, es Vicente Alcázar quien acompaña a Doug Moench esta vez, en un relato de aventuras en un denso ambiente de terror, en el que el guionista vuelve a echar mano del recurso del terrorismo y el derrocamiento de gobiernos. Si bien esta vez las oscuras artes del Vudú son el vehículo para el fin. El propio Hermano Vudú es el héroe invitado para la ocasión y una horda de zuvembies el obstáculo a batir.
No quiero dejar de hacer mención de una serie de relatos cortos que complementan algunos números.
Los dos primeros números del tomo llevan complementos protagonizados por un Marc Spector en sus tiempos como mercenario, en un marco de aventuras al estilo Indiana Jones.
Algo más avanzado el tomo nos encontramos con otros dos relatos cortos bajo el título «Relatos de Khonshu«. Alan Zelenetz y Greg Larocque nos cuentan un par de historias de misterio en los que diferentes personajes del pasado se ven afectados al tomar contacto con la estatua del dios de la luna. No están nada mal como relatos breves de temática sobrenatural.
Bill Sienkiewicz desatado.
El mejor tramo de la colección, como decía, es el que el dibujante vuelve a entintar sus propios lápices. Y lo es precisamente por eso y por la creativa forma de narrar y expresar en imágenes de Sienkiewicz, porque los guiones de Doug Moench no son ni mejores ni peores que los precedentes.
Morfeo y Vidriera Escarlata, precisamente los oponentes que dieron la bienvenida al Bill Sienkiewicz más auténtico al final del anterior volumen, inauguran también esta nueva etapa en sendas líneas argumentales.
Qué mejor que Morfeo y los efectos que provocan sus poderes para traer de nuevo esa estética tan personal de sombras y luces y esos trazos que parecen indefinidos. El artista nos sumerge en su mundo con una imaginativa narrativa en base a consecuciones de viñetas y cuadros expresionistas que apenas necesita textos. Haciendo gala, además, de un dominio anatómico incontestable.
Morfeo logra despertar conectando con los sueños de su creador Peter Alraune, hermano de Marlene, a quien promete destruir mentalmente. Un caldo de cultivo de imágenes oníricas y alucinaciones en el que Sienkiewicz se explaya a gusto.
El episodio de Vidriera Escarlata traslada a la colección a lo más oscuro y sucio, a los bajos fondos de la ciudad y a la nocturnidad, en una estética deudora del Daredevil de Frank Miller. El pasado tortuoso de la mujer la lleva a tomarse la justicia por su mano y aniquilar a un mafioso atroz, ante lo que el Caballero Luna no está muy de acuerdo. Sí, una situación pareja a la planteada por Miller con Elektra y Daredevil.
El siguiente paso de Moench y Sienkiewicz significa la presentación de Espectro Negro, un villano que es la antítesis del Caballero Luna. Un héroe de guerra del Vietnam marginado decide vengarse de toda la ciudad bajo la identidad de un reverso oscuro del Caballero Luna, y lo hace desde el mismísimo poder como improvisado político. Una visible denuncia del estado mental en el que quedaron muchos soldados tras el infierno de Vietnam.
Como hemos ido comprobando, Moench tiene una especial predilección por los villanos y por los justicieros fuera de la ley condicionados por un pasado dramático o tortuoso como consecuencia de algún tipo de abuso. Serían los casos de Espectro Negro o de Vidriera Escarlata, y muy especialmente del personaje que nos presenta en uno de los episodios más memorables de la etapa. Memorable por parte de Sienkiewicz, que ilustra los demonios internos de un hombre convertido en un violento psicópata fruto de los continuos maltratos por parte de su padre. Una serie de dibujos propios de un niño pequeño, que pintarrajean el comic en sí, es el original vehículo de expresión que usa el dibujante para tal fin. Eso y algunas imágenes vinculadas a la cultura del jazz y del rock (podemos distinguir a Robert Plant) llevan al relato por derroteros bastante surrealistas.
Sin embargo, donde apenas notamos avance es en el desarrollo de los personajes protagonistas. La oportunidad planteada en el tomo precedente de abordar la problemática de la salud mental, aprovechando las múltiples identidades del protagonista, parece haberse quedado en nada. Moench apenas vuelve a tratar este tema a lo largo de los episodios incluidos en este segundo volumen.
El único intento de evolución personal lo tenemos en Marlene. La amante de Steven Grant se siente desplazada e ignorada ante la obsesión de su amado en su carrera de justiciero, de modo que toma la decisión de romper la relación. Pero en el mismo episodio se echa para atrás tras pedírselo el propio Steven. Y aquí no ha pasado nada.
Antes de acometer el último tramo realizado por el dúo creativo oficial, ambos autores se dan otro pequeño descanso de dos episodios.
En primer lugar, Denny O’Neil y Keith Pollard nos cuentan una historia de media extensión de crimen dentro del habitual ámbito urbanita. El oponente de turno es el comodoro Donny Planet, un fortachón mercenario contratado para explosionar tres taxis que contienen material incriminatorio.
A continuación, son Steven Grant (el guionista) y el dibujante Joe Brozowski quienes se encargan de otro relato sin salirse de la habitual órbita de los bajos fondos y el thriller policíaco. Otro justiciero fuera de la ley se dedica a asesinar policías corruptos. A mencionar la circunstancial aparición de Kingpin y poco más.
Episodios corrientes que entorpecen la línea continuista de Moench y Sienkiewicz, y que apenas aportan nada interesante.
De nuevo con el tándem Moench-Sienkiewicz, la colección vuelve a la esencial temática egipcia en una aventura en la que Marlene y Marc se desplazan al Sudán, a la tumba de Seti. Todo acaba siendo una trampa tendida por unos buscadores de tesoros.
Bill Sienkiewicz se despide del Caballero Luna por la puerta grande realizando uno de sus trabajos más recordados. La historia que trae de regreso al Hombre Lobo, el personaje en cuya colección nació el Caballero Luna, y responsable de la primera versión del origen de sus poderes.
Jack Russell, nuestro Hombre Lobo oficial del Universo Marvel, sufre la persecución del líder de una secta satánica que pretende presentarlo a sus prosélitos como la prueba definitiva de la existencia de la bestia. Moench vuelve aquí a jugar con la luna como elemento vinculante entre el Caballero Luna y el Hombre Lobo, pero sin alterar el origen oficial via Khonshu. Pero si este arco argumental es grande no es por su guion sino por el despliegue visual de Bill Sienkiewicz.
El artista sabe crear una maloliente atmósfera de terror para la ocasión. Una ambientación gótica tan bella como sombría, y en el centro un Hombre Lobo mucho más bestial y animal que el que conocíamos hasta ahora. La narración en primera persona por parte de Jack Russell no hace más que reforzar la esencia poética a la historia.
El período post-Sienkiewicz.
Como digo, lo que hace especiales esta serie de cómics es el arte de Bill Sienkiewicz más que los guiones de Doug Moench. Y buena prueba de ello son los tres números que escribe Moench tras la marcha de Sienkiewicz, que no pasan de discretos. Y eso que Kevin Nowlan, el dibujante que toma el relevo, hace un estupendo trabajo.
Nowlan, que en realidad se estrena con un relato corto de corte filosófico guionizado por Steve Grant, acompaña a Doug Moench en un par de líneas argumentales dedicadas a conflictos de barrio. En primer lugar, una banda de delincuentes marginales tiene atemorizados a los comerciantes de un suburbio. El Caballero Luna, por su parte, intenta hacer el papel de diplomático en lo que acaba siendo un drama de lágrima fácil.
A continuación, tenemos otro relato callejero en el que el Caballero Luna se enfrenta al Druida Walsh, una masa de músculos y un desecho social producto del menosprecio. Una periodista sin escrúpulos intenta aprovecharse del pobre ingenuo, cosa que da pie a un cúmulo de discursos provistos de una moralina previsible y ampulosa.
Con la marcha de Doug Moench, el Caballero Luna deja por primera vez de estar en manos de su creador. Eso quitando los relatos de complemento que se han ido alternado a lo largo de la colección, claro. En estos últimos números hemos visto la inclusión de otra pequeña tanda de historias cortas a cargo de diferentes autores como los guionistas Steve Ringgenberg y Alan Zelenetz o los dibujantes Mike Hernández y Marc Silvestri. Muy prescindibles, la verdad.
Tony Isabella coge el relevo de Moench para un par de episodios en los que intenta devolver al Caballero Luna al plano más genuinamente superheroico. En el primero de ellos, dibujado por Bo Hampton, mezcla las bandas callejeras con la amenaza de un compuesto químico que transforma a los hombres en bestias. Regular, cuanto más.
El segundo creo que está mucho mejor. De nuevo con Kevin Nowlan a los lápices, nos encontramos frente a la amenaza de una supervillana, una mutante llamada Bora que irrumpe para vengarse de quienes la rechazaron al descubrir su condición diferencial. Una amenaza que provoca la intervención de la Patrulla-X y de los Cuatro Fantásticos a modo de héroes invitados.
Pero la circunstancia que centra buena parte del interés está en la transitoria condición de parapléjico del Caballero Luna. Tras una batalla inicial con la Mosca, el enemigo de Spiderman, nuestro héroe sufre una lesión medular que lo condena a pasar sus días en una silla de ruedas. Sin embargo, hacia el tramo final del episodio Marc se cura milagrosamente en lo que debemos entender como un acto de voluntad del dios Khonshu. En cualquier caso, una historia de superación y de fuerza de voluntad bien desarrollada y escrita, cosa no muy habitual en Isabella, por otra parte. No falta tampoco una potente escena final en un teatro estupendamente narrada por Kevin Nowlan.
El último turno es para Alan Zelenetz, el hombre que pone cierre a la primera colección del Caballero Luna con tres números. Bo Hampton se queda definitivamente como dibujante, realizando un trabajo bastante irregular, con algunos buenos momentos salteados, pero en conjunto notablemente inferior al de Kevin Nowlan.
El primer episodio trae invitado a otro héroe de la casa, el Doctor Extraño. El hechicero descubre que Marlene está poseída por un espíritu maligno del antiguo Egipto que amenaza seriamente la vida de la mujer.
La colección finaliza con un arco argumental en el que Zelenetz indaga en el pasado de Marc Spector, en su distante relación con su padre, un rabino intelectual y estudioso. El guionista definitivamente acomoda al protagonista en la identidad de Steven Grant, la que realmente reconoce Marlene. Un Steven Grant que reniega de Marc Spector por su pasado violento como mercenario. Un hilo argumental, éste, que daría para jugosas ideas en el plano de la estabilidad emocional, pero para eso habría que esperar a una nueva oportunidad para el Caballero Luna.
La historia en cuestión enfrenta a nuestro protagonista a Zohar, un maníaco religioso provisto de poder divino, y discípulo del padre de Marc.
Aún con todo, me parece más interesante lo escrito por Alan Zelenetz que lo hecho por Doug Moench tras la marcha de Bill Sienkiewicz.
Conclusión.
Este segundo tomo de las aventuras más clásicas del Caballero Luna incluye, sin duda, la gran mayoría de los mejores números de la serie. Es decir, los dibujados al completo por Bill Sienkiewicz, lápiz y tinta.
Porque creo que Sienkiewicz es, con mucho, el autor que marca diferencias gracias a su personal estilo, y el que hace de este tomo una adquisición muy recomendable.
El trabajo de Doug Moench es bueno, pero sensiblemente inferior a lo realizado en Shang-Chi.
Enlace a la ficha:
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La gran etapa del Caballero (con el permiso de la actual de MacKay y de la brevísima de Ellis). Especialmente cuando Moench y Sienkiewicz van de la mano.
Las aportaciones de Isabella y algún otro sobran bastante. El joven Nowlan en cambio más que digno ya (y mira que costaba entonces separar al Caballero del arte de Sienki).
Un Nowlan que después también lo haría bien en Doctor Extraño.
Gracias, Suso.
Con ésta, las reseñas cogen vacaciones hasta mediados de septiembre. 🏖
Unos cómics que además, sorprendentemente, por lo general, han envejecido bastante bien.