Difícil papeleta para cualquier autor, la de recoger el testigo tras una etapa de la magnitud de la realizada por Frank Miller en Daredevil. Una etapa, recordemos, que redefinió al personaje –y a la colección– para la posterioridad y que es considerada una de las cumbres de la historia de Marvel.
La responsabilidad recayó en Dennis O’Neil, uno de los guionistas más activos en los primeros ochenta, en una etapa también extensa que se empieza a recopilar en el tomo que tenemos entre manos.
Sin embargo, este nuevo volumen abre con un par de episodios que sirven de transición entre guionistas estables. Dos números autoconclusivos a cargo de Alan Brennert y Larry Hama, respectivamente, dibujados ambos por Klaus Janson. Efectivamente, el que era entintador fijo de Frank Miller pasa ahora a entintarse a sí mismo, tomando así el relevo de Miller en el dibujo a lápiz a lo largo de un puñado de números. El resultado que obtenemos es el de una estética que se mantiene respecto a la anterior etapa, pero también una creatividad narrativa muy lejos de la de Miller, así que el bajón en el apartado gráfico es considerable.
Afortunadamente para los responsables escritos de estos nuevos episodios, Frank Miller dejó su obra cerrada, de modo que pueden partir de cero argumentalmente hablando.
Alan Brennert abre fuego con un relato que apenas desmerece lo realizado por Miller. Una historia centrada en Ben Urich en la que tanto el periodista del Bugle como Daredevil se cuestionan a sí mismos y ven aflorar sus contradicciones internas. Kingpin también juega un interesante y pequeño papel. No puede empezar mejor el tomo gracias a este excelente episodio, pero, por desgracia, su calidad no va a ser representativa de lo que nos encontraremos a lo largo del volumen.
El número que guioniza Larry Hama es más modesto, un correcto episodio de intriga en el que Daredevil debe resolver un caso de robo de diamantes.
El regreso de Bullseye.
Denny O’Neil inicia su etapa contando todavía con Klaus Janson como dibujante, aunque éste último recibe alguna ayuda puntual de Larry Hama, que intenta probar su talento –francamente escaso– con el lápiz.
O’Neil empieza su andadura siguiendo la estela de los dos números precedentes. Relatos autoconclusivos cuyas tramas se originan en casos del bufete de abogados Nelson and Murdock. Casos que Daredevil-Matt acaba investigando por su cuenta y a espaldas de su socio Foggy Nelson. Foggy –y por extensión Becky Blake, secretaria de ambos– recupera así protagonismo respecto a Miller. De hecho, a lo largo de todo el volumen Foggy vuelve a ser la principal referencia en el apartado de personajes de apoyo. No sólo eso, sino que su propia esposa obtiene mayor protagonismo que nunca, aunque para mal. Y es que O’Neil decide hacer de Debbie Harris el personaje antipático de la obra, una metomentodo ansiosa de protagonismo que manipula a su esposo como a un pelele, para desesperación de su socio Matt, que fue quien los presentó.
De momento, O’Neil opta por la continuidad en este apartado, y buena prueba es el regreso de la Viuda Negra al entorno de Matt, y hasta de Heather Glenn, aunque sea en un sólo número.
La cuestión es que la etapa empieza con un caso de protección a un viejo y arrepentido falsificador de billetes que ahora ve peligrar su vida a manos de una especie de secta llamada la Congregación de la Rectitud. Un episodio pasable que creo que peca de ser demasiado moralista.
Y, a continuación, Heather Glenn mete la pata hasta la entrepierna contándole el secreto de Daredevil a un inspector de policía, líder de un escuadrón de renegados que pretende tomar la justicia por su mano. Tampoco nada del otro jueves.
El siguiente turno es para la primera línea argumental extensa de la era O’Neil. Una saga que sirve para traer de nuevo por estas páginas a uno de los oponentes que hicieron grande la anterior etapa: Bullseye. También el granuja de poca monta y soplón involuntario, Turk Barrett, sigue teniendo un hueco para el nuevo guionista.
O’Neil hasta recupera la influencia de la cultura japonesa, innegable fuente de inspiración para Frank Miller. Un acercamiento al Japón que en esta ocasión es literal puesto que la saga se desarrolla en el propio país nipón. Con buen criterio, el guionista echa mano de uno de los embajadores del País del Sol Naciente en la Marvel occidental, Lobezno, en el preámbulo a la aventura japonesa del Cuernecitos. Es más, a Bullseye lo recuperan administrándole el mismo tratamiento de recubrimiento de adamantium que tiempo atrás aplicaron a Lobezno. En el caso que nos ocupa, a su despedaza columna vertebral.
Hasta aquí todo son buenas ideas, pero, por desgracia, no podemos decir lo mismo de la saga analizada en su conjunto.
Dentro de una historia que deambula por el género de la aventura, el guionista desarrolla una trama con trasfondo político cuyo villano, un encapuchado que se hace llamar Viento Oscuro, quiere usar a Bullseye como sicario para su propósito: asesinar al ministro de comercio, principal impulsor de políticas modernas que desvirtúan al Japón genuino. Mientras, Daredevil recibe la ayuda de Yuriko Oyama, hija del villano y principal opositora a su plan.
Ya de entrada, resulta extraño que Matt actúe como Daredevil a cara descubierta delante de Yuriko y de las fuerzas de Viento Oscuro. Entre otras cosas, sabiendo que Bullseye podría aparecer en cualquier momento y descubrir su identidad secreta.
Pero lo peor del caso es que la saga hace aguas por varios sitios. Además de un ritmo narrativo precipitado, la trivialidad argumental es manifiesta y los diálogos no pasan de lo superficial. Se echa mucho en falta ese ir más allá, esa clase y distinción que caracterizaba al trabajo de Frank Miller. De hecho, en esencia, nada tiene que ver esta historia con lo realizado por Miller, por mucho que O’Neil intente adentrarse en su terreno. A lo más que llega es al calificativo de entretenidilla.
Con la parte gráfica ocurre otro tanto. El nuevo dibujante William Johnson, que sustituye a Klaus Janson a media saga, no pasa de cumplidor. Con Johnson entra también Danny Bulanadi, que pasa a ser el entintador fijo en lo que resta de tomo.
La saga concluye con el esperado nuevo enfrentamiento entre Daredevil y Bullseye coincidiendo con el número 200 de la colección. Parecería lógico pensar que el objetivo de la saga es el de poner de nuevo en circulación a Bullseye y así poder echar mano del villano de forma recurrente. De hecho, hasta vemos cómo ofrece de nuevo sus servicios a Kingpin y éste lo acepta encantado. Pero la realidad es que no volveremos a saber nada más e Bullseye en lo que resta de etapa O’Neil. Y con la larga ausencia de Bullseye, todo el asunto de la conexión telepática entre el villano y Daredevil, en la que tanto insiste O’Neil en la saga, queda en agua de borrajas.
Para dar más enjundia a la pelea, el guionista la escenifica en el viejo gimnasio donde entrenaba el padre de Matt Murdock, pero como traca final de saga no pasa de ser una lucha más. Además, la decisión final de Bullseye resulta bastante ilógica.
La saga de Micah Synn.
Tras un discreto episodio en el que la Viuda Negra ayuda a Daredevil a resolver un intento de asesinato a Foggy por parte de unos ex boinas verdes, O’Neil se embarca en otra saga, y mucho más extensa que la precedente.
Se trata de una de aquellas líneas argumentales que avanzan intermitentemente, viéndose interrumpidas por algunos episodios ajenos a la misma. De hecho, tras un primer número de presentación del personaje sobre el que gira la idea, nos encontraremos con un fill-in realizado por otros autores que es totalmente ajeno a la saga. Steven Grant y Geof Isherwood nos presentan a Triunfo, el líder de una banda de ladrones de armas, en un episodio que escarba en el pasado de Matt y que no está mal.
La saga en cuestión vuelve a marcar un cambio en el apartado gráfico. Un cambio que creo que es lo mejor y más relevante de todo el ciclo argumental, porque significa la entrada de un maestro del lápiz, David Mazzucchelli. En cualquier caso, el canje entre dibujantes ocurre ya bien avanzada la saga, de modo que una parte de la misma es todavía obra de William Johnson, sin olvidarnos de un solitario número dibujado por Luke McDonnell.
Todo empieza como un nuevo trabajo para los abogados Nelson y Murdock, que está vez deben representar a un cliente muy peculiar que responde al nombre de Micah. Se trata de un corpulento jefe de una tribu africana originada en la expansión colonial inglesa, los Kinjorge. El destino hizo que los, en su momento, colonos quedaran totalmente aislados de cualquier civilización, revirtiendo en el salvajismo. Ahora, la extraña tribu de blancos provenientes del corazón de África ha sido descubierta por occidente, convirtiéndose automáticamente en un fenómeno de masas y objeto de acoso para los medios. Todo el mundo quiere saber más acerca de esos sujetos primitivos que parecen sacados de una película de Tarzán (imposible no rememorar la clásica «Tarzán en Nueva York»), de modo que es necesario darles protección legal.
La cosa se complica cuando Micah y los suyos empiezan a tener arrebatos de salvajismo, al tiempo que aparece un adinerado pariente del musculoso recién llegado que parece creado únicamente con el propósito de proporcionar a Micah un apellido, concretamente Synn. El caso es que Lord Synn contrata a un asesino llamado Ballesta con el fin de quitar de la circulación a su pariente salvaje.
No falta tampoco la intervención de Kingpin, que aprovecha la ocasión para intentar incorporar a su nómina de servidores al imponente Micah y sus acompañantes, sin suerte.
La cuestión es que para nada nos parece estar delante de una aventura de Daredevil, al menos tras la insalvable referencia que supuso Frank Miller. Realmente es todo muy extraño y, de momento, ignoramos a dónde quiere ir a parar O’Neil.
Ocasión para darle un descansito a Micah Synn e insertar algunos episodios argumentalmente ajenos a la saga.
De entrada, nos encontramos con un buen relato de crimen e intriga de manual que sirve para presentarnos a un nuevo personaje secundario, el primero creado por O’Neil, que se va a quedar como fijo en la colección. Se trata de Glorianna O’Breen, sobrina de Debbie Harris, que viaja desde Irlanda huyendo del pasado de su padre, antiguo trabajador del IRA, mientras sufre la amenaza de un tipo llamado el Celta. Debbie, por su parte, empieza su particular festival de vanidad encaprichándose de Micah como una cría inmadura.
Le sigue otro thriller de acción en que la organización criminal Hydra captura a la Viuda Negra y amenaza con matarla si Daredevil no les hace un trabajito.
A continuación, quien se toma un descanso de dos números es el propio Dennis O’Neil. No estaríamos hablando exactamente de números de relleno, porque siguen las referencias a todo el asunto de Micah Synn, pero si de una línea argumental totalmente independiente a la saga.
Sobre una idea del escritor de ciencia ficción Harlan Ellison, el guionista Arthur Byron Cover (también escritor de sci-fi) desarrolla una interesante trama que ilustra un David Mazzucchelli que ya empieza a desplegar todo su talento con el lápiz. Siguiendo a lo que aparentaba ser una inocente niña Daredevil entra en una descomunal mansión que resulta ser una trampa repleta de mortales obstáculos. La responsable es la madre del que fuera enemigo mortal de Daredevil, el Rondador de la Muerte, en su afán de vengar la muerte de su hijo. Todo muy de ciencia ficción, empezando por las niñas robot explosivas y siguiendo por la ya difunta instigadora, que se comunica con su víctima a través de grabaciones de video. La irrupción de un amigo de la infancia de Matt alarga la historia en un segundo capítulo en el que una legión de niñas robot siembran el terror. Una estupenda historia repleta de acción, para mayor lucimiento de Mazzucchelli, y un trabajo escrito a la altura del cometido. La verdad es que la clase que demuestra Cover en los diálogos ratifica la falta de ella en los de Dennis O’Neil.
El tramo final de la saga, ya totalmente centrado en el caso Micah Synn, tiene la ventaja de contar con el arte de David Mazzucchelli, que con su potente narrativa hace la lectura más excitante y hasta entretenida. Sin embargo, la parte escrita sigue siendo el claro eslabón más débil. Para empezar, la capacidad adaptativa del villano es tal que en cuestión de días parece tener en jaque a la ciudad, imperio de Kingpin incluido. No sólo eso, sino que en ese tiempo pasa de hablar con dificultad el inglés a dar lecciones de vocabulario. Digo yo, que podrían haberse inventado algún condicionante del sujeto, del tipo mutante o sobrenatural, que otorgara alguna explicación razonable a su increíble evolución.
Luego, ya hacia el final de la saga, descubrimos que el secreto del éxito de Micah está en usar la mentira como arma. Resulta que en su recóndito poblado los Kinjorge eran desconocedores de que existía semejante manifestación verbal y todo dios se expresaba con sinceridad, de modo que el arte del engaño resulta ser todo un descubrimiento para Micah y los suyos. Pero lo peor del caso es que el argumento parece metido con calzador para intentar darle algo de trascendencia filosófica a la historia, pero queda más como un pegote que otra cosa.
Y ya para rematar, lo que es de risa es la forma cómo el villano es derrotado: literalmente por no llevar una alimentación saludable. Acostumbrado a una dieta proteínica, en Nueva York cede a los placeres de la comida basura, atiborrándose de helados, golosinas y grasas saturadas, cosa que lo debilita de forma casi fulminante. En cosa de días, Micah pasa de zurrarle al más pintado a ser humillado por un grupito de débiles indigentes. Se supone que, con ello, O’Neil pretende formular una crítica a la abundancia del mundo occidental o algo por el estilo, pero el desarrollo general es tan turbio que cualquier mensaje implícito queda emborronado.
También creo que la auto humillación de Foggy, tras la amenaza de su mujercita de dejarlo por Micah, está muy pasada de rosca, pero ya es una cuestión más interpretativa. En cualquier caso, la saga es larga y repetitiva y casi lo único que sacamos en positivo es el trabajo de David Mazzucchelli, que incluso logra que la lectura sea grata. Y ahí es donde entra el número que cierra la saga, el primero en que David Mazzucchelli se entinta a sí mismo, entrando su dibujo en una nueva dimensión. Un extraordinario trabajo que, además, ilustra la fulminante caída de Micah Synn hacia la insignificancia, quizás lo único coherente de todo el ciclo argumental.
Marvel Fanfare.
No termina aquí el volumen, porque todavía hay espacio para un par de relatos correspondientes a sendos números del título Marvel Fanfare. Dos episodios sin relación alguna con lo reseñado hasta aquí, no en vano no están guionizados por Dennis O’Neil. Dos historias cortas que guardan en común sendos fracasos de Daredevil como héroe.
El primero, obra de Bill Mantlo y George Freeman, es un bonito y emotivo relato en que Daredevil va en desesperada búsqueda del perro guía de un niño ciego.
En el segundo, Roger McKenzie y Jack Sparling nos cuentan una trágica historia en la que Daredevil va a la captura de una amiga de la infancia traumatizada por un suceso del pasado.
Conclusión.
Que los números más destacados del tomo sean los que no escribe el guionista titular ya es indicativo de que algo falla.
Tampoco era necesario que el trabajo de Denny O’Neil estuviera en los niveles del de Frank Miller, pero no hubiera estado mal encontrarnos con algo digno de continuar aquella gloriosa etapa, como no es el caso. Al menos, el trabajo gráfico de David Mazzucchelli compensa en parte las carencias del escrito.
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Gracias por la reseña.
No me ahorro el dinero, pero sí el tiempo que no voy a dedicar a leer el libro. Eso sí, lo miraré con detenimiento.
Buena reseña, Rock. Yo tampoco me lo ahorraré. Ya solo por Mazzuchelli (aunque hasta el final de la saga de Micah Synn todavía está lejos del estilo de Born Again, es ya un dibujante agradable) caería (que tan poco se prodigó en Marvel fuera de la serie de DD). Lo que se hace en la saga con Foggy y su mujer (aunque esta señora pija nunca fue muy agradable aquí la hundieron totalmente en la miseria para el público) es triste, son personajes a los que O’Neil machaca en favor de la historia. Tampoco faltan detallicos machistas (que igual para la época todavía no eran para tanto pero ya se veían feos) poco agradables (y no me refiero solo a la actitud de Mycah hacia las mujeres, al fin y al cabo se comprende que este es el villano, y encima uno que se ha formado en la sociedad que se ha formado, también está como las mujeres reaccionan ante este, y otras perlas por el estilo que no se justifican solo por los muy serios problemas alcohólicos de O’Neil en esa época, en quizá el momento más bajo de su carrera y su vida personal).