Reseñas: Los Cuatro Fantásticos: Mavel Héroes 3: Los 4 Fantásticos de John Byrne 3 (1984-1986)

En la parte final de la anterior y maravillosa entrega de esta serie de tomos que recopilan los Cuatro Fantásticos de John Byrne, tenía lugar el acontecimiento quizás más llamativo de esta larga etapa, el ingreso de Hulka en el lugar de la Cosa. Ben decidía quedarse en el planeta donde tuvieron lugar las Secret Wars, dejando así un hueco en el casillero de integrantes del grupo. Un hueco que era rellenado por Hulka, que pasaba de vengadora a fantástica en un abrir y cerrar de ojos, tal como pudimos descubrir precisamente en la mítica maxiserie. De este modo, la gran novedad de este tercer volumen podríamos decir que consiste en poder disfrutar ya de Hulka como plena integrante del cuarteto.

Si hablamos de las novedades que atañen a lo narrado estrictamente dentro de los límites de esta nueva entrega, creo que éstas son de menor entidad que lo vivido en el anterior volumen. Básicamente, cuestiones más mundanas como el adiós del edificio Baxter, cierto romance inesperado y el simbólico paso de Sue Storm a su definitiva madurez. Por todo ello, el contenido de este nuevo tomo es aparentemente más modesto, al menos si lo comparamos con la explosión de épica y la envergadura de lo escrito por John Byrne en el anterior.

Para empezar, del desfile de los más grandes nombres de la era Lee-Kirby que se paseaban por aquel segundo tomo (Doctor Muerte, Namor, Galactus, Estela Plateada, Annihilus y la Zona Negativa, los skrull, Hombre Topo…), hemos pasado a la recuperación de personajes de más baja estofa correspondientes a esa misma era (Psicoman, la Princesa Pearla o incluso Wyatt Wingfoot). Sin embargo, eso no significa que la calidad de esta etapa sea más cuestionable, ni mucho menos, pues el crecimiento de algunos de sus protagonistas no es precisamente menor merced al carácter más humano de lo que aquí nos cuenta Byrne. Estamos ante una serie de líneas argumentales quizás menos extensas y más fraccionadas, pero que son parte indivisible de ese todo que es la etapa entera del autor.

El volumen empieza trayendo de nuevo, precisamente, a uno de los pocos grandes nombres de la era Lee-Kirby que se ausentaron en el anterior volumen (aunque en realidad John Byrne ya se había ocupado de rescatarlos en el primer tomo de esta serie): los Inhumanos. El episodio en cuestión ocupa el anual número 18 de la colección. Un número anual a la antigua usanza, de aquellos en los que Stan Lee y Jack Kirby aprovechaban para narrar algún acontecimiento relevante, habitualmente feliz y de temática del corazón. Para la ocasión, los Cuatro Fantásticos se desplazan hasta la Luna para asistir a la ceremonia nupcial entre Rayo Negro y Medusa. Recordemos que fue el propio John Byrne el que trasladó la ciudadela inhumana, Attilan, a la Zona Azul de la Luna.

Por supuesto, la ceremonia está lejos de librarse del conflicto de turno. Concretamente, acaba siendo el escenario de la particular guerra entre el skrull Raksor y el kree Bel-Dann, dos guerreros representantes de sus especies que llevan largos años enfrentados en una absurda batalla, desconocedores de que el planeta de uno de ellos, el Mundo Hogar skrull, desapareció del mapa del Universo víctima de la insaciable hambruna de Galactus. Cuenta el inicio de la historia cómo la emperatriz skrull R’Klll y la Inteligencia Suprema kree eligieron cada uno de ellos a un guerrero para enfrentarse en batalla. Una batalla cuyo vencedor dictaminaría cual de las dos razas es la vencedora definitiva, zanjando por siempre sus históricas diferencias. El Vigilante fue asignado como imparcial juez del combate. El caso es que, volviendo al presente, a Reed Richards se le ocurre una estratagema para que el combate acabe nulo y crear así un insólito lazo de amistad entre skrulls y krees.

El número, por cierto, no es obra del Byrne autor completo, sino que nuestro hombre se limita aquí a escribir el argumento de la historia. Mark Gruenwald es quien se ocupa del guion, mientras que Mark Bright dibuja, completando un trabajo bastante correcto.

Eso sí, en el título mensual Byrne continúa ocupándose tanto del guion, como del dibujo a lápiz y a tinta. Sin embargo, tras los primeros números del presente tomo, la carga de trabajo obliga a Byrne a ceder el entintado a otros artistas, principalmente Jerry Ordway y Al Gordon. Éste sería el único cambio a nivel creativo de este nuevo tomo respecto a los dos primeros.

Entrando en contenido, la primera línea argumental del volumen, tras el citado anual, nos trae un oponente de nueva creación. Se trata de un gigantesco alienígena llamado Términus, una especie de Galactus sin escrúpulos que viaja hasta la Tierra para apoderarse de ella. Una vez más, es la mente privilegiada de Reed la que logra frenar la amenaza del descomunal alienígena, cuando logra hundirlo hasta el núcleo terrestre gracias a uno de sus inventos. Una solución que Byrne sugiere como provisional en lo que presumimos no es más que el primer capítulo de la amenaza de Términus.

La aventura aprovecha para rescatar a otro viejo personaje de los primeros tiempos de la colección: Wyatt Wingfoot. El escultural piel roja decide renunciar a su herencia como jefe de su tribu, pasando a convertirse en una especie de quinto integrante de los Cuatro Fantásticos. Es más, entre él y Hulka pronto surge una relación de complicidad que deriva en romance desenfadado. Una relación sentimental tan libre y desacomplejada como sus dos protagonistas, cosa que contrasta con el otro romance que decide iniciar Byrne y que nos coge a todos por sorpresa.

Ya en el primer acercamiento entre Johnny y Alicia intuimos que ahí se está cocinando algo y, efectivamente, al cabo de unos pocos episodios la relación sentimental entre la Antorcha y la escultora ciega es un hecho. Un enamoramiento no exento de sentimientos de culpabilidad, teniendo en cuenta que Alicia y la Cosa se supone que están en fase de «darnos un tiempo» y que la Cosa ni siquiera puede estar presente para defender su posición. Aunque las dudas, en realidad, vienen por parte del otrora ligón y fanfarrón Johnny, a quien la antaño frágil Alicia da toda una lección de madurez.

En cualquier caso, estamos ante una relación susceptible de ser tomada con sumas reticencias por parte del fandom de los Cuatro Fantásticos, que nunca había contemplado otra opción para Alicia que no fuera la de ser la eterna novia de la Cosa. Sin embargo, el romance se desarrolla con tanta naturalidad y está tan lleno de sentido que no podemos más que rendirnos a los pies de John Byrne.

El crecimiento de Johnny y Alicia como personajes no es el único que desempeña Byrne en la etapa recogida en este volumen. Los esfuerzos del autor, en este sentido, se nota que van dirigidos principalmente hacia Sue Storm cuándo ésta repetidamente da muestras de cierto hartazgo de la sobreprotección de su marido hacia ella. Una actitud proteccionista que, en buena parte, tiene relación con el reciente aborto de su segundo hijo, pero que aún y así incomoda a Sue. La cuestión es que todo ello desembocará en un arco argumental que simbolizará un supuesto paso a la definitiva madurez de Sue, pero eso será motivo de análisis más abajo en esta misma reseña.

En lo referente a Reed Richards, el líder de los Cuatro Fantásticos pasa por ser quien, en última instancia, solventa muchas de las amenazas. Byrne sigue haciendo uso de Richards como solución para todo, por muy inverosímil que pueda ser la ocurrencia que brote de su privilegiado cerebro. Fuera de aquí, el papel de Míster Fantástico pasa más desapercibido que el de sus compañeros, con la excepción de una única línea argumental.

Todo empieza cuando Reed descubre que, durante la estancia de los Cuatro Fantásticos en el reino de Mantracora, en la Zona Negativa (ver tomo anterior), sufrió el borrado de algunos de sus recuerdos. Una premisa que parece no tener recorrido, al menos por el momento, pero que sirve de excusa para escarbar en el pasado de Reed, concretamente en lo referente a su progenitor. Resulta que Nathaniel Richards, padre de Reed y también un genio de la ciencia, desapareció un buen día inexplicablemente de la faz de la Tierra. A Reed se le ocurre que la explicación puede estar en un viaje temporal interdimensonal, sobre todo tras descubrir en el viejo laboratorio de su padre una máquina del tiempo igualita que la del Doctor Muerte. Dicho y hecho, el cuarteto protagonista y Wyatt se embarcan rumbo a la corriente futura alternativa a la que viajó Nathaniel. Un destino que, por supuesto, el infalible intelecto de Reed deduce en cuestión de minutos. El resultado es una encantadora aventura en un escenario de western futurista, en la que el anciano Nathaniel resulta ser una especie de dictador implacable al que se conoce bajo el nombre de Señor de la Guerra. El padre de Reed cuenta con el apoyo de una joven y hermosa esposa, Cassandra, y hasta con un hijo. Una estupenda aventura con giro final de los de «no es lo que parecía».

Hulka también cuenta con su número propio. Un episodio en clave humorística en el que la escultural mujer verde tiene un problemilla con un editor de revista sensacionalista. Bueno, el problema lo tiene el tipo, que se atreve a violar la intimidad de Hulka tomándole unas fotos mientras toma el Sol medio desnuda. Un número que vale perfectamente como primera muestra de lo que años más tarde haría John Byrne con la superheroína en el nuevo título «La Sensacional Hulka«.

Pero si hablamos de historias solistas, la que más sorprende, por inesperada, es la dedicada a la Cosa. Con el fin de dar un impulso al título propio del rocoso exmiembro de los Cuatro Fantásticos, Byrne decide iniciar una aventura de la Cosa en la serie grupal, para continuarla en su colección propia. Como si se tratara de un crossover, pero sin realmente serlo, puesto que la aventura carece de cualquier vínculo argumental con los Cuatro Fantásticos. En cualquier caso, una historia que ya es objeto de análisis en la reseña del volumen correspondiente a la colección de la Cosa.

Otra de las señas de identidad propias de John Byrne que tampoco faltan en este tercer volumen, es la que se refiere a su inventiva, y ocurrencias varias, como autor. Si en el anterior volumen se le ocurrió dibujar todo un cómic book en formato apaisado, así como también introducirse a sí mismo como personaje en una de las tramas, en esta ocasión a Byrne le da por calcar el estilo del primerizo Jack Kirby, en un relato que rinde homenaje a aquellas historias de monstruos que triunfaban en los 50-60, justo antes de la irrupción del universo superheroico creado por Stan Lee. De hecho, el relato consiste en el recuerdo de Reed de una aventura ocurrida justo antes de la creación de los Cuatro Fantásticos. Un Reed que cuenta cómo se las ingenió para hacer frente a la amenaza de Gormuu, un monstruo 100% de la escuela Lee-Kirby, pero imaginado por John Byrne en plenos 80. Pura nostalgia.

El otro episodio en el que Byrne hace gala de su creatividad en el plano narrativo consiste en un número perfectamente dividido en dos mitades, pero a lo largo de toda su extensión. Es decir, Byrne nos relata dos líneas argumentales literalmente en paralelo, dividiendo cada una de las páginas en dos mitades. Así, mientras en la mitad superior los protagonistas son la Antorcha Humana, Alicia, Hulka, Wyatt Wingfoot y un personaje invitado, que no es otro que la Cosa, la inferior está protagonizada por Reed, Sue, Franklin más también un héroe invitado, el Doctor Extraño.

El relato de la franja superior significa el definitivo regreso de la Cosa a la Tierra y el descubrimiento de que, en su ausencia, su compañero Johnny le ha birlado la novia. Tras la inevitable explosión de ira del adorable rocoso de ojos azules, éste confiesa, para tranquilidad de Hulka, que no tenía intención de seguir formando parte de los Cuatro Fantásticos. El villano de la historia, que también lo hay, es un espectro espacial que interviene como parte de un hilo argumental totalmente enlazado a la colección de Rom.

La franja inferior del comic-book, por su parte, narra una historia muy diferente, que en realidad ya venía del anterior número. Reed y Sue son tomados por practicantes de la magia negra por parte de Elspeth Cromwell, una torpe cazadora de brujas con capacidades místicas. El jugueteo de la mujer con las fuerzas del más allá acaba invocando a Mefisto, villano del relato, mientras el Doctor Extraño acude al rescate. El episodio sirve para ver de nuevo a Franklin haciendo uso de sus poderes, aunque en realidad se trate del yo astral del chiquillo. A partir de aquí ya resulta fácil intuir que el vástago del matrimonio Richards no tardará en volver a lucir los superpoderes que perdió en el anterior volumen.

En definitiva, dos fabulosas aventuras por el precio de una.

Pasando a un nuevo ciclo argumental, cabe recordar que el anterior volumen finalizaba con el misterioso ataque de la máscara del Doctor Muerte, supuestamente fallecido tras su último enfrentamiento con sus archienemigos. Byrne no se olvida de retomar dicho hilo en una nueva historia con el Doctor Muerte como oponente. Sin embargo, el regreso a la vida del supervillano tendrá que esperar todavía un poco más, porque a quien el autor trae de regreso no es al legítimo Víctor Von Muerte, sino a uno de los robots indistinguibles del Muerte original. Bueno, no sólo un robot, sino docenas de ellos, puestos a cargo por el monarca para continuar con su legado en caso de deceso. Pero no terminan ahí sus planes de relevo, porque la tarea encomendada a sus robots no es otra que la de preparar un heredero al trono de Latveria de carne y hueso. El elegido no es otro que Kristoff Vernard, el niño bajo tutela del monarca, a quien los robots se disponen a inocular todos los recuerdos de su desaparecido señor. Una secuencia que nos sirve para rememorar el origen del Doctor Muerte, fabulosamente narrado por un John Byrne que se atreve a descubrirnos nuevos e interesantes detalles de su pasado.

El caso es que el relato de origen es esencial en la resolución y compresión de la historia. Una historia de la que resulta una de las imágenes más impactantes de este tomo: la destrucción total del edificio Baxter. Al nuevo Muerte se le ocurre arrancar, una vez más, el edificio Baxter de sus cimientos para luego volarlo en mil pedazos en el espacio. Una secuencia magistral, incluida la estratagema de Reed para que el grupo regrese desde los límites de la atmósfera terrestre rumbo a Latveria.

A consecuencia de ello, los Cuatro Fantásticos son invitados por los Vengadores a residir en su cuartel general, y hacer buen uso de sus instalaciones, hasta que construyan un nuevo equipamiento propio.

Crossovers por doquier.

La que es la saga más extensa de todo el volumen trae a otro viejo conocido de la era Lee-Kirby. Me refiero a Psicoman, el supervillano proveniente del Microverso, que regresa para cobrar venganza del cuarteto protagonista. En su plan, Psicoman siembra Nueva York de odio con su aparatejo que controla las emociones. Y lo hace valiéndose de la ayuda de un tipo que asume la identidad del Aborrecedor, sin que realmente tenga nada que ver con el clásico villano creado de la mano de Stan Lee y Jack Kirby. A ellos se suma, y aquí está lo relevante de la saga, Malicia, una poderosa mujer con indumentaria provocativa que no es otra que Sue Storm. Algo así como la particular Reina Negra de la secta del odio organizada por Psicoman. Por otra parte, Daredevil participa como héroe invitado en un papel que, francamente, no aporta nada.

La saga queda dividida en dos mitades por efecto del megaevento Secret Wars II. De este modo, queda insertado un fragmento del segundo número de la miniserie, a modo de crossover, así como una escena en la que Franklin vive un sueño en el que se le aparecen Power Pack, el supergrupo infantil con el que pequeño de los Richards precisamente compartirá futuro.

La segunda parte de la saga relata el contraataque del cuarteto a Psicoman. El grupo viaja al Microverso a rendir cuentas, ocasión para que uno de sus integrantes, Hulka, viva una aventura en un conocido reino del universo subatómico, el que regentaba la princesa Pearla, ahora reina. Byrne rescata así un personaje de la era Lee-Kirby que apenas nadie recordaba. Entre las tres emociones que es capaz de controlar Psicoman, a Hulka le toca padecer la del miedo en su propia aventura, pero la figura central de la saga, a quien parece estar dedicada, es Sue. Y es que el jugueteo de Psicoman con sus emociones termina siendo el punto resolutivo a las dudas expresadas por Susan a lo largo de todo el volumen. El resultado es una Sue Storm inusualmente vengativa, una mujer que deja atrás cualquier tipo de fragilidad y complejo. La Chica Invisible ya es historia, demos la bienvenida a la Mujer Invisible.

La saga en su conjunto es fabulosa, aunque creo que al final queda cierto regusto a que todo parece una excusa para llegar a ese «cambio de identidad» de Sue. En cualquier caso, lo de «Chica Invisible» ya hacía tiempo que estaba fuera de lugar.

El otro cruce con Secret Wars II por el que pasa la colección de los Cuatro Fantásticos es harina de otro costal. Un número autoconclusivo que cuenta una historia trágica por la que tiene que pasar la Antorcha Humana. Johnny tiene que vivir la muerte de un niño incondicional de la Antorcha Humana tras sufrir graves quemaduras cuando quería emular a su ídolo. Tan sólo la intervención del Todopoderoso evita que Johnny cuelgue para siempre su uniforme superheroico. Un número que pasa a ser una de las mejores historias unitarias de la colección en toda su trayectoria.

Para cerrar la etapa recogida en este tercer tomo, nos encontramos extrañamente con dos crossovers, ambos con la colección de los Vengadores y sin relación argumental alguna entre ellos.

El primero de ellos se trata de un cruce entre anuales. Concretamente el número 19 de los Cuatro Fantásticos, a cargo de John Byrne como autor completo, y el 14 de los Vengadores, por Roger Stern y el propio Byrne al dibujo a lápiz.

Teniendo en cuenta que los 4F residen temporalmente en la mansión de los Vengadores, un cruce entre ambas colecciones era de pura lógica. Sin embargo, el encuentro entre ambos supergrupos no tiene lugar precisamente en el cuartel de los Héroes más Poderosos de la Tierra, sino un poquito más lejos. Concretamente en la Galaxia Andrómeda.

En una original propuesta de Byrne y Stern, los dos anuales transcurren en paralelo en un mismo escenario y a lo largo de la mayor parte de su extensión, pero con diferentes protagonistas. Es en la parte final de ambos cuando tiene lugar el encuentro entre los Cuatro Fantásticos y los Vengadores, de modo que Byrne dibuja dos veces la misma escena final, pero desde dos perspectivas diferentes. Genial.

Entrando en materia argumental, tanto los Cuatro Fantásticos como los Vengadores se ven inmersos en una guerra civil entre comunidades skrull. Los skrull sobreviven ahora esparcidos por toda la Galaxia tras la desaparición de su mundo, devorado por Galactus tal como pudimos vivir en la anterior entrega de esta serie de tomos recopilatorios. La citada guerra amenaza con la destrucción del universo a manos de las armas de inmenso poder con las que cuentan los skrull, pero el resultado acaba acarreando otro tipo de consecuencias para la propia raza alienígena. La detonación de una bomba de hiperondas provoca una alteración genética en todos los skrull existentes que elimina su factor metamorfo, de manera que todos y cada uno de ellos conservarán por siempre la última forma adoptada justo antes de la explosión, sea cual sea.

El número de los Vengadores, por cierto, en realidad parte de un hilo de continuidad de su serie mensual, por lo que la historia queda aquí incompleta. El de los Cuatro Fantásticos no tiene ese problema, pero sí que me parece un tanto disperso en su desarrollo.

Llegamos al final de este tomo con el otro crossover con los Vengadores, en esta ocasión dentro de las series mensuales. Una historia tan especial como polémica, al ser la línea argumental que trae a Jean Grey de regreso al mundo de los vivos.

Marvel había decidido ampliar la exitosa franquicia de títulos mutantes con el regreso ni más ni menos que de la Patrulla-X original al completo. La nueva colección, que se iba a titular Factor-X, sufría, sin embargo, de un problemilla: la integrante femenina del grupo estaba muerta. O sea, que no había otra que improvisar alguna idea para revivirla, y aquí es donde entran Roger Stern y John Byrne, y el crossover que nos ocupa. El caso es que entre Stern y Byrne se sacan de la manga una rocambolesca historia según la cual Fénix nunca fue Jean Grey, sino una entidad alienígena que suplantó a la mutante, mimetizando tanto su cuerpo como su mente. Jean, por su parte, había permanecido en animación suspendida, sumergida dentro de una cápsula, desde aquella mítica escena de presentación de Fénix emergiendo de las aguas.

Teniendo en cuenta la difícil papeleta de cambiarle el sentido al colofón de una de las sagas más míticas del Universo Marvel como fue la muerte de Jean Grey, considero que la idea es seguramente la más verosímil que se les podía haber ocurrido. Lo único es que ahora «La Muerte de Jean Grey» debería pasar a titularse «La Muerte de Fénix«.

Lo que levanta más reticencias de la ocurrencia, en un sentido más profano, sería la enmienda a unos buenos años de continuidad del UM. Algo parecido a la segunda saga del clon, pero en pequeño. De todas formas, hay que tener en cuenta que la personalidad de Fénix nunca llegó a ser Jean Grey, sino un ente autónomo que supuestamente se iba apoderando de ella en cuerpo y alma, por lo que, analizándolo fríamente, la alteración de la historia tampoco es tan flagrante como pueda parecer a primera vista. En cualquier caso, para bien o para mal, aquí queda la historia.

Conclusión.

Un volumen no tan exageradamente excepcional como el que le precede, pero totalmente recomendable y repleto de historias que significan capítulos esenciales de esta gran obra realizada por John Byrne.

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rockomic
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