Reseñas: Motorista Fantasma: Marvel Limited Edition 6: «Demonios Personales» (1981-1982)

Nos acercamos ya al final de la colección clásica del Motorista Fantasma con esta nueva entrega de sus aventuras, la sexta ya.

Un tomo que podemos dividir en dos partes, pero que en realidad es más uniforme de lo que nos indican los créditos. Y es que la división entre ambas partes está más en los nombres de los autores que en lo que nos cuentan.

Si la colección pasa aquí por algún tipo de lavado de cara lo hace precisamente en el primer número incluido respecto del anterior volumen, y eso pese a que el guionista sigue siendo el mismo, Michael Fleisher. Efectivamente, Fleisher decide renovar por completo la nómina de personajes de apoyo para lo que acabará siendo el tramo final de su larga etapa como guionista del Motorista Fantasma. Una etapa que termina a mitad del presente tomo. Un nuevo entorno para nuestro personaje, el enésimo, que consiste en una mujer, un circo y un motorista acrobático rival. Es decir, nada nuevo bajo el Sol.

En lo referente al apartado gráfico, sigue más o menos en manos de Jack Sparling. Más o menos porque en un par de números cede su instrumento a otros dos profesionales, Luke McDonnell y Tom Sutton.

En realidad, el tomo abre con un episodio correspondiente a la colección de los Vengadores. Un flojo episodio, con participación del Motorista Fantasma, que francamente no era necesario incluir al no influir argumentalmente en la colección principal.

Como venía diciendo, en su permanente huida Johnny Blaze recala en un nuevo circo donde mostrar sus habilidades, una feria ambulante propiedad de quien pasa a ser su nuevo jefe, Ralph Quentin. Al empresario se suman la periodista Cynthia Randolph, el motorista a quien Blaze arrebata el número, Red Fowler y el payaso Corky Franklin, como caras más visibles de la nueva configuración de personajes de apoyo.

El Motorista Fantasma, por su parte, se afianza en su versión más maquiavélica. Blaze teme más que nunca al demonio e intenta por todos los medios evitar la transformación. Poco queda del carácter superheroico de las aventuras del Motorista Fantasma. Todo lo contrario, la colección deambula casa vez más por el género del terror.

Los guiones de Michael Fleisher siguen manteniendo una estructura episódica de relatos autoconclusivos, sin ningún hilo de continuidad más allá de la persistencia de los protagonistas.

De este modo, cada número cuenta con su propio villano, siendo el primero un clásico del Motorista Fantasma, el Orbe. El enmascarado motorista se presenta acompañado de su horda de moteros paletos con la intención de vengarse de nuestro protagonista. Para ello, el Orbe cuenta con nuevas armas en su casco-ojo. Armas diseñadas por Madame Amenaza, una criminal ya presentada en el ocaso de la colección del Hombre Máquina, que se va a seguir prodigando por diferentes títulos de la casa.

El siguiente turno es para otro viejo conocido de nuestro hombre, Asmodeo. El demonio regresa con intención de convertir al Motorista Fantasma de una vez por todas en su esclavo y, para ello, suplanta a Cynthia para que seduzca a Blaze. Y a continuación es Red Fowler quien entra en escena para reconciliarse con Johnny Blaze después de que éste le salve la vida. Fowler es el primero en descubrir el infernal secreto que guarda su ahora amigo, pero no se lo hace saber. Una coyuntura que al menos aporta algo de intriga a las tramas, de por sí muy simples.

Finalmente, en una sesión de espiritismo la vidente de la feria, Madame Olga, invoca accidentalmente el espíritu de una hechicera víctima de la inquisición. Un episodio que se beneficia del talento de Tom Sutton para los relatos de terror.

En definitiva, guiones simplones para aventuras de terror en el oeste americano, que pueden dar para un moderado entretenimiento sin más pretensiones.

La breve etapa de Roger Stern.

La salida de Michael Fleisher implica la entrada de un nuevo guionista. Roger Stern es el hombre elegido, pero antes J. M. DeMatteis hace de enlace en un número de transición. Don Perlin regresa puntualmente a la colección para ilustrar el episodio.

Se trata de un claro número de relleno sin ninguna referencia al entorno actual de Johnny Blaze. Un relato de misterio independiente en el que el Motorista Fantasma se limita a un papel estructural a fin de contarnos una historia diferente. Una historia de fantasmas, focalizada en una mujer cuya vida está consagrada a vengar la muerte de su hija, que no está nada mal.

El primer número escrito por Roger Stern, curiosamente, podría también pasar perfectamente por un fill-in, puesto que es de la misma condición que el de DeMatteis. Un relato igualmente ajeno al actual contexto de Johnny en la Feria Quentin, que nos cuenta una historia autónoma de misterio e intriga. Con Stern entra también el nuevo dibujante regular, Bob Budiansky.

El relato en cuestión incluye un extenso repaso al origen del Motorista Fantasma a modo de introducción para lo que podía presumirse como una etapa larga. Nada más lejos de la realidad, porque Stern se despedirá de la colección en este mismo volumen. Sea como fuere, el relato de origen queda hábilmente insertado a modo de flashback en la confesión de Blaze a un incrédulo sacerdote, en un episodio con giro inesperado incluido que está francamente bien.

No hay duda de que la colección ha ganado enteros, y es que los diálogos escritos por Roger Stern denotan un mayor estilo que los de Michael Fleisher, mientras que Bob Budiansky hace un estupendo trabajo de ambientación, muy acorde a la temática terrorífica de la colección.

De vuelta a la Feria Quentin, Stern nos deja claro ya en su segundo número que va a seguir con lo iniciado por Fleisher. El mismo entorno y los mismos personajes, lo que no impide que el nuevo guionista siga optando por la misma estructura de números autoconclusivos.

Tras dar cuenta de un matón celoso en un episodio correcto, Stern echa mano de uno de los ingredientes más recurrentes de los circos enfocados al terror: los freaks o monstruos. Jeremy, el personaje deforme y supuestamente aterrador del espectáculo, es objeto de deseo de un tipo que se hace llamar el Amo de los Monstruos y su lacayo. El villano cuenta con una colección de seres deformes que ponen el ingrediente de horror en una notable historia que adquiere también un tono dramático. En cualquier caso, Stern demuestra, una vez más, haber sabido captar la esencia de la colección.

Siendo ya escasa, a esta etapa de Roger Stern sólo le faltaba un número ajeno que la parta en dos. Efectivamente, DeMatteis y Perlin acuden al rescate con otro episodio de relleno. En esta ocasión, los dos autores tiran de la larga etapa que vienen realizando en los Defensores para traerse a una de sus creaciones: Null, la oscuridad viviente. Para la ocasión, el repugnante alienígena se apodera de la voluntad de un pobre infeliz.

Ahora sí, Roger Stern pone fin a su recorrido en el Motorista Fantasma con un arco que resuelve el único hilo argumental del tomo que se ha ido gestando a fuego lento. Unos episodios atrás Stern nos presentaba al hijo del Corky, Eliot Franklin, también payaso de profesión, que venía de visita a la feria donde trabaja su padre. Si ya desde el principio intuíamos que Eliot escondía algún incómodo secreto, ahora descubrimos que el joven no es otro que el Payaso del Circo del Crimen, la histórica organización criminal que hemos visto pasearse por tantos títulos de la casa. La intención de Eliot es la de reformarse, pero la irrupción de sus antiguos compañeros lo obligan a vestir de nuevo su viejo uniforme de payaso del mal. Una colorida y apetecible historia que quizás es víctima de su simpleza argumental, pero que también destila sensibilidad en la relación padre-hijo.

Curiosamente, este fin de trayecto de Roger Stern nos deja una llamativa novedad. Johnny Blaze es ahora capaz de comunicarse con su alter ego monstruoso, que parece manifestarse desde una especie de limbo, o plano paralelo, que representa algún lugar del subconsciente de Johnny. Una forma gráfica de comunicación entre dos caras de una misma moneda, que promete dar bastante juego en próximos episodios.

Conclusión.

Quizás éste sea el mejor volumen de la colección hasta el momento. Más que nada por los números de Roger Stern, que tampoco es que estén entre los mejores trabajos del guionista, ni mucho menos.

Un buen tomo, al fin y al cabo.

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rockomic

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