Esta serie de reseñas de la Era Marvel en orden cronológico que llevo un tiempo escribiendo, en realidad nunca han querido ser reseñas de formatos, de tomos, sino de las distintas etapas y colecciones de la crónica del Universo Marvel. Que los títulos de las reseñas hagan referencia a determinados volúmenes existentes obedece a la obligada partición por etapas, pero no a la intención de analizar el determinado formato o incluso su contenido exacto.
Es por eso que las dos reseñas correspondientes a la etapa de Walter Simonson en Thor incluyen también el comentario de los números fill-in y anuales que quedaron fuera de esta edición. Del mismo modo, y por esta misma razón, voy a pasar por alto las referencias al recoloreado de esta edición en particular.
Estamos delante de la primera entrega correspondiente a la mejor etapa, junto a la de Lee-Kirby, de la colección del Dios del Trueno en toda su trayectoria, y, por añadido, una de las más grandes obras de la historia de Marvel. Ahí es nada.
Walter Simonson no era precisamente nuevo en el título de Thor. Y es que, ya en los setenta, se había estado ocupando del dibujo a lápiz de parte de las etapas guionizadas por Len Wein y Roy Thomas. Nos encontrábamos, por aquel entonces, con un Simonson que ya demostraba su destreza con el lápiz en un estilo muy deudor de John Buscema, precisamente el dibujante con quien se fue alternando en las citadas etapas.
Pero nada que ver con la etapa que nos ocupa, en la que la obra pertenece por completo a Walter Simonson. De hecho, el autor se ocupa del guion, del dibujo a lápiz y del entintado de todos los números de The Mighty Thor de esta primera mitad de la etapa, con la excepción del dibujo de un único número y del entintado de otros tres, además de un solitario fill-in sin participación del autor.
Walt Simonson aterriza en Thor en el peor momento del título en todo lo que llevaba de historia. Desde la infaltable saga de los Eternos que la colección no lograba levantar cabeza, siendo prácticamente el único bache en un título que hasta entonces casi siempre había rayado a un muy buen nivel, y eso como mínimo.
Pero ya desde el primer episodio incluido aquí percibimos que esto es otra cosa, que al fin las páginas del Dios del Trueno vuelven a acoger a un autor con la maleta repleta de buenas ideas.
La balada de Bill Rayos Beta.
Efectivamente, ya en su primer número Simonson se saca de la manga al personaje que vendrá a simbolizar su trayectoria en Thor. Estoy hablando de Bill Rayos Beta, un alienígena de aspecto no especialmente agraciado que el autor decide ataviar con las mismas armas y ropaje que nuestro protagonista. En otras palabras, Simonson hace de Bill un segundo Thor, a quien incluso llega a arrebatarle momentáneamente su condición de Dios del Trueno. Es más, la primera imagen que recibimos en esta nueva etapa de Thor es la de un extraño ser con cara de caballo, vistiendo los colores de Thor y blandiendo el Mjolnir, plasmado en una portada, la del número 337 de la colección, que ya es historia imperecedera de la editorial.
Inicialmente presentado como una supuesta amenaza —detectada por SHIELD— que parece alimentarse de estrellas, pronto advertimos que la nueva incorporación va, en realidad, por otros derroteros. En un relato de origen que guarda una significativa similitud con el de Rom, el Caballero del Espacio, conocemos cómo Rayos Beta forma parte de una lejana raza que sobrevive en una interminable flota de naves. Y es que antes de observar cómo el núcleo de su planeta explotaba en mil pedazos, el pueblo alienígena no tuvo otra salida que abandonar para siempre su hogar. Fue a consecuencia del ataque a la flota por parte de una horda de Demonios, una destructiva raza alienígena de la misma galaxia, cuando entra en escena Bill Rayos Beta, al ser el único de su especie en sobrevivir a un proceso de mutación que hará de él el protector de los suyos, su campeón. Un caballero surcador de los espacios, de poder inigualable, cuya nueva fisionomía aglutina las formas de algunas de las especies de la fauna de su mundo. Simonson ilustra a Bill como un alma triste y traumatizada, un aldeano que fue sometido a un duro proceso de transformación, que tuvo que sacrificar su humanidad por la supervivencia de su raza.
Volviendo a tiempo presente, es en su persecución de los Demonios a través del Universo que la nave de Bill recala en la Tierra.
Pasando a la secuencia clave de esta primera saga, para sorpresa de Thor y de los propios lectores, Bill Rayos Beta logra alzar el Mjolnir al recoger el bastón de Don Blake y golpearlo contra el suelo, acción nunca alcanzada antes por ningún otro ser. De este modo, Thor deja de ser el único digno de ostentar el poder de las tormentas. Es más, la misma acción provoca que la armadura de Bill sea mágicamente sustituida por un uniforme casi idéntico al de Thor. Bill es, ahora, el Dios del Trueno, o incluso un nuevo Thor, pues es su mano la que blande ahora el Mjolnir. Estamos ante una revisión/homenaje en toda regla de aquella mítica presentación de Thor en el número 83 de Journey into Mystery. Más cuando el Mjolnir, por primera vez desde esa lejana primera aparición, vuelve a mostrar la inscripción que reza que sólo quien sea capaz de alzar el martillo será digno de poseer el poder de Thor.
Pero claro, todavía falta la guinda del pastel y, seguramente, la parte de la saga más importante para la futura trayectoria de Thor. La escena se sitúa ya con la figura de Bill Rayos Beta convertida en la de un valeroso y honorable caballero, habiéndose profesado Thor y Bill mutuo respeto y admiración. El nuevo y justo portador del Mjolnir considera que no puede privar a su amigo de su más preciada posesión, del arma que le pertenece por derecho divino. Admirado por la generosidad de quien ha acogido como a un hijo, Odín ofrece una solución que trae consigo la forja de un nuevo martillo uru. Así, en un pequeño capítulo dentro de la misma saga, Odín viaja hasta Nidavellir, reino de los enanos, al encuentro de Eitri, maestro de maestros en la forja y único capacitado para tamaña labor. El resultado es un nuevo martillo uru al que Odín denomina Destructor de Tormentas, martillo que acepta con honor Bill Rayos Beta, regresando así el Mjolnir a los brazos de Thor.
Todo listo para partir con destino al otro extremo del Universo al rescate de los congéneres de Bill. Thor acompaña orgulloso a su amigo, pero también lo hace Lady Sif en cuyo corazón ha ido creciendo un inesperado amor por el alienígena. Vivimos así una épica y espectacular batalla del heroico trio contra las huestes demoníacas, justo antes de pasar a la escena que significa un vuelco en las aventuras del Dios del Trueno. Odín modifica el hechizo por el cual Thor puede transformarse en el mortal Donald Blake y lo transmite a Bill. El alienígena sólo tiene que golpear el Destructor de Tormentas contra el suelo y éste se convertirá en el bastón que lucía Blake. Pero no sólo eso, sino que su propio cuerpo también experimenta una transformación al recuperar Bill su forma auténtica y real. Dicho de otro modo, Odín obra el milagro de que Bill Rayos Beta recupere la humanidad perdida y, lo más importante, Don Blake deja de existir por siempre jamás. Bill ahora tan sólo debe golpear su bastón contra el suelo para volver a ser «Thor» Rayos Beta. Simonson reinventa así el don que permitía a Thor adoptar una identidad mortal. Si nos fijamos apreciaremos cómo, aunque sea a modo anecdótico, el autor le da la vuelta al hechizo. Porque, si en el caso de Thor quien llevaba el martillo era la figura original y quien llevaba el bastón la ficticia, ahora es justo lo contrario, el Rayos Beta auténtico es quien sujeta el bastón mientras que el Destructor de Tormentas lo blande la identidad adoptada.
La escena final despide con honores a Bill Rayos Beta, que regresa de camino con los suyos, ahora con su aspecto real, su ropa de civil y bastón en mano. Pero también a Sif, que abandona el Reino Dorado para partir junto a su nuevo amado.
En otro orden de cosas, Simonson decide aquí introducir un par de parejas de animales que irán disfrutando de más escenas en el futuro. Por un lado, un par de enormes cabras, Rechinante y Triturador, que tiran del carro que transporta a nuestros héroes a la batalla contra los Demonios. Por el otro, un par de cuervos, Hugin y Munin, que sirven fielmente a Odín.
En definitiva, una fabulosa saga para empezar, tanto en la parte escrita como en la visual. Una línea argumental que, como vemos, trae consecuencias de trascendencia histórica al significar el inicio de una nueva etapa para nuestro héroe. Y es que Thor, habiéndose quedado sin identidad mortal, necesitará otra con la que pasar desapercibido en la Tierra. Así, el rubio asgardiano pide ayuda a Nick Furia para que le asigne una nueva identidad civil, pero a éste no se le ocurre otra idea que vestirlo de civil y prestarle unas simples gafas, porque ha escuchado por ahí que a un tipo le funciona como táctica para ocultar su identidad, en evidente referencia a cierto superhéroe de la editorial rival. Lo que parecía una broma de Simonson resulta que va en serio, por lo que Thor se dispone a ponerlo en práctica. Pero la cosa no se queda aquí porque, tan sólo cruzar la puerta de la calle, nuestro protagonista se tropieza con un tal Clark, a quien acompaña una tal Lois. Evidentemente se trata de un guiño a Superman en clave de humor, pero con el insólito caso de que en un cómic Marvel aparezcan un par de personajes de la Distinguida Competencia.
Una vez decidido el aspecto, ya sólo queda buscarse un nombre y una ocupación. De este modo nace Sigurd Jarlson (apelativo acorde a su apariencia nórdica), trabajador de la construcción a las órdenes de Jerry Sapristi, un jefe de obra que viene a aportar destellos de humor.
Thor regresa pues al clásico concepto de héroe con identidad secreta para así poder permanecer «oculto» a sus muchos enemigos.
La saga de Surtur.
Una etapa digna de ser grande acostumbra a consistir en un entramado de diferentes hilos argumentales que avanzan en paralelo, en los que obtienen oportuno desarrollo diferentes personajes. Y precisamente ésta es una de las particularidades que mejor sabe dirigir Walter Simonson. El autor demuestra en todo momento que sabe dónde está y hacia donde quiere ir, y lo hace desarrollando un complejo tejido de tramas y un sinfín de personajes que acaban conectados.
Para empezar, ya en la saga de Bill Rayos Beta sigue el festival de personajes de nueva creación con la presentación de Lorelei, hermana de la Encantadora y provista de similares habilidades en el arte de la seducción. Fiel a su perversa codicia, Lorelei ambiciona tomar el corazón de Thor, por el que tantos fracasos suma precisamente su hermana. La joven asgardiana cuenta en su fin con la ayuda de Loki. Un Loki que, como acostumbra en su condición de Dios del engaño, estima obtener sus propios beneficios.
De aquí deriva una línea argumental que sirve de enlace (o que se desarrolla en paralelo a ellas) entre las dos grandes sagas que ocupan los primeros dos tercios del volumen que tenemos entre manos. Se trata una trama en la que convergen dos frentes. Por un lado, está la violenta irrupción en la Tierra, al estilo Godzilla, del terrorífico dragón Fafnir después de que la propia Lorelei intentara utilizar al monstruo para sus fines. Por el otro, la extraña llamada a Thor de un guerrero asgardiano de incalculable edad, Eilif, que sobrevive en algún lugar recóndito bajo la Antártida. Un emotivo y heroico capítulo que hace referencia a las leyendas vikingas que dictan que sólo alcanzarán el Valhalla quienes caigan luchando. Thor no puede conceder al anciano su deseo, pero si puede ofrecerle la oportunidad de caer como un valeroso guerrero, ayudándole a derrotar precisamente a Fafnir.
A modo anecdótico, en la escena de presentación de Eilif no puedo evitar acordarme del viejo guardián del Santo Grial en Indiana Jones y la Última Cruzada, película varios años posterior a la obra de Simonson.
Pero si existe un personaje cuyo desarrollo por parte del autor sea equiparable al obtenido por Thor, ese es Balder. Ya desde el primer número del volumen advertimos como el bravo guerrero apunta a ser una de las caras visibles de la etapa. Nos encontramos ante un Balder que, habiendo muerto y resucitado, se ha convertido en una sombra de lo que fue. Un hombre cuyo desmejorado cuerpo (rechoncho y de pelo canoso) parece haber sufrido las consecuencias de su paso por las manos de Hela. Y es que Balder ha renunciado por siempre a su espada, a su condición de guerrero, después de vivir un infierno en el Valhalla atormentado por la visión de aquellos a los que él mismo tuvo que dar muerte.
Balder cabalga lejos de la Ciudad Dorada huyendo de cualquier conflicto que su pasado guerrero pudiera provocar, pero lo hace bajo la atenta mirada de Karnilla y su eterno anhelo por apropiarse del corazón del bravo guerrero.
Una crónica, la de Balder, que sigue su curso en la siguiente línea argumental que nos tiene preparada Simonson. Estoy hablando de la saga de Surtur, la historia medular de esta primera mitad de etapa y una de las sagas más épicas y grandiosas que se hayan podido ver en el Universo Marvel, al menos hasta el momento de su publicación. En realidad, ya las tres primeras páginas que abren este tomo muestran a Surtur forjando una espada. Es, por tanto, desde el minuto cero de su etapa que Simonson empieza a desarrollar esta descomunal epopeya de la mitología nórdica. Una versión libre del Ragnarok en que el autor decide poner el título «Ragnarok & Roll» a uno de los episodios.
La imagen de Surtur forjando la espada se va repitiendo en todos los números, avisándonos de que algo muy gordo está por venir. De hecho, en el primer tramo de la propia saga pocos cambios existen al respecto, y es que el autor cuece la amenaza a fuego lento, no desvelando el nombre de Surtur hasta prácticamente la parte final del evento. En cualquier caso, ya prácticamente desde la primera aparición creo que la identidad del gigante llameante del reino de Muspelheim no es ningún secreto para cualquiera que esté un poco letrado en cultura asgardiano-marvelita.
El caso es que la saga podemos dividirla en dos mitades, estando la primera de ellas centralizada en otra amenaza diferente que pronto descubriremos que sirve al propio de Surtur. Se trata de Malekith, gobernante de Svartalfheim, reino de los elfos oscuros. Malekith es invocado por Surtur para recuperar el Cofre de los Antiguos Inviernos, una pequeña arca que al abrirla libera la furia gélida de las antiguas eras glaciales de la Tierra, un fenómeno que es la única llave que puede romper el inquebrantable muro que separa a Muspelheim del resto de Reinos, dejando así libre a Surtur para iniciar su festín de destrucción de todo lo existente. Pero para ello, Surtur también deberá sortear un último obstáculo: necesita prender la Espada Crepúsculo, la que le hemos visto forjar a lo largo de media saga, en la Llama Eterna. Una Llama que se halla en Asgard bajo el resguardo de Odín, y es que el dios padre, con la ayuda de sus hermanos Vili y Ve, fue quien arrebató hace eones el preciado fuego eterno a Surtur, y también quien le aprisionó en su reino ardiente.
Como digo, la primera parte de la saga gira en torno a la búsqueda del Cofre de los Antiguos Inviernos por parte de Malekith. Un capítulo donde Simonson nos presenta al único protagonista terrestre de la saga. Un hombre de mediana edad llamado Roger Willis es quien tiene en su poder el preciado Cofre tras recibir el encargo de protegerlo con su vida. A falta de superpoderes y disfraces llamativos, Simonson dibuja aquí a un personaje heroico y valeroso que fácilmente se gana el respeto del lector. Un personaje que milagrosamente logra sobrevivir a un sinfín de peligros y de escenarios sólo aptos para inmortales.
Otro personaje que juega un papel importante —aunque pasivo— en esta primera parte de la saga es Lorelei. La seductora asgardiana sigue en sus trece de conquistar el corazón de Thor y para ello se busca también una identidad terrestre, Melodi, con el fin de presentarse al actual alter ego de Thor. Un Sigurd Jarlson, que, por supuesto, desconoce que la tal Melodi es asgardiana. El sucio procedimiento para ganarse el corazón de Thor consiste en hechizarlo con Hidromiel Dorado, un brebaje mágico con irresistibles propiedades seductoras. Sin embargo, Lorelei acaba siendo utilizada por Malekith para atraer a Thor a Svartalfheim, reino de los elfos oscuros, escenario donde tiene lugar la escena final de esta primera mitad de la saga. Thor hace frente en primera instancia al poderoso Algrim, un elfo que pronto obtendrá un notable rol como villano, y finalmente al propio Malekith en un despliegue visual de primer orden por parte de Walt Simonson.
Los elfos oscuros, por cierto, adolecen de un punto flaco: el hierro. Efectivamente, el abundante metal terrestre es a los elfos oscuros lo que un crucifijo a los vampiros o la kriptonita a Superman.
Todo listo para pasar al tramo final con el ataque de Surtur y su interminable ejército de Demonios de Fuego. Pero antes volvamos a Balder, cuya particular crónica tampoco ha obtenido descanso; es más, Simonson dedica prácticamente un número entero a su persona. Odín encarga precisamente al retirado guerrero que contacte con el ausente Loki, pero las circunstancias hacen que Balder se vea obligado a romper su juramento de nunca jamás volver a usar su espada para matar. Incapaz de asumirlo, Balder cabalga buscando la muerte en los vastos desiertos de Asgard, hasta que tropieza con las tres Nornas, supervisoras del destino de cada alma de los Nueve Reinos, cuidadoras de los hilos de la vida de todo ser viviente. Una escena que significa el punto de inflexión de Balder en su regreso a las armas, al serle mostrada la sombra de Surtur preparada para sembrar de muerte y destrucción cada uno de los Reinos, incluidos Asgard y Midgard.
Aquí cabe hacer mención del estreno de otro nuevo personaje, Agnar, un guerrero del Reino de Vanaheim que de momento parece haber sido creado como puntual vehículo emocional. Agnar nos era presentado, ya en el segundo número del tomo, como un inocente guerrero que se presenta en Asgard para demostrar su valía batiéndose con Balder, pero recibiendo la negativa de éste. Ahora, en la escena del desierto, Balder se cruza con Agnar y lo invita a unirse amistosamente en su cruzada obviando completamente aquel primer encuentro. El guerrero de Vanaheim, admirado por el desinterés y el valor que demuestra Balder, cambia totalmente la percepción que tenía de él, sintiéndose que no le llega a la suela del zapato. Una escena que no puede evitar recordarme al mítico episodio autoconclusivo del número 51 de Fantastic Four.
Las imponentes imágenes de Surtur, armado con su Espada Crepúsculo, abandonado Muspelheim de camino a los otros Reinos, marca el arranque de la segunda parte de la saga. Odín, como el más sabio y poderoso representante de Asgard, empieza a movilizar a todo hijo del Reino Dorado capaz se empuñar un arma. Empezando por los Tres Guerreros, es decir, Fandral, Hogun y Volstagg, que liderarán a las tropas, estamos ante la mayor congregación de asgardianos habida en lo que llevamos de historia del Universo Marvel. Simonson parece pasar lista con el fin de no dejarse a nadie. Ahí están Harokin y sus guerreros del Valhalla, también Tyr, Hermod y hasta villanos declarados como la Encantadora y el Verdugo, que responden a la llamada de Odín ante lo que es una causa que sobrepasa en mucho sus propias ambiciones. Si no voy errado, es en este ciclo argumental donde, por vez primera, conocemos los nombres de nacimiento de la clásica pareja de aliados, Amora y Skurge, respectivamente.
Por supuesto, Thor y Balder (acompañado de Agnar), cada uno por su lado también se unen a las fuerzas de Odín. Pero el inmenso ejército acumulado no parece ser suficiente para doblegar a Surtur y a su infinita horda de Demonios de Fuego (la raza que habita Muspelheim), de modo que Odín invoca a Bill Rayos Beta, que aparece acompañado por la añorada Sif desatando la euforia de los presentes. Ahora serán Thor y el propio Bill quienes liderarán al vasto ejército de guerreros que recibirán a las fuerzas de Muspelheim en la Tierra, porque Odín, junto al guardián del Bifrost, Heimdall, permanecerán como retaguardia en una solitaria Asgard.
Emocionante es también el momento en el que Karnilla y sus tropas se unen a la batalla. Una Karnilla, siempre acompañada de su vidente Haag, que se suma a la guerra bajo la condición de que el corazón de Balder le jure fidelidad.
Ya están todos. Todos menos Loki, por supuesto, que rechaza cualquier petición de ayuda. Simonson ilustra en todo momento a un Loki genuino como pocos lo han hecho, fiel a su condición de Dios de la mentira. El hermanastro de Thor juega como quiere con todo dios, simulando ser aliado de Lorelei o Malekith, entre otros, para luego obedecer únicamente a sus propios intereses.
Por otro lado, Frigga, esposa de Odín, obtiene aquí protagonismo, diría que, por primera vez, al hacerse cargo de los niños, a quienes desplaza a las pacíficas montañas asgardianas alejados de cualquier manifestación bélica. Resulta curioso cómo, teniendo en cuenta la inmensidad de guerreros con los que cuenta Asgard, el grupo de infantes que nos presenta Simonson se reduzca a apenas una decena. Cosas de dioses… El caso es que creo que es también la primera ocasión en que la comunidad infantil asgardiana juega algún tipo de papel relativamente estimable, destacando Gunnhild, una niña que parece erigirse en portavoz del grupito de infantes. Como apunte, decir que la aventura vivida por esta comunidad es la más Tolkien de toda la saga, especialmente a partir del encuentro con el troll guardián del puente.
Teniendo en cuenta que la llegada del frente de Demonios de Fuego tiene lugar en la Tierra, raro sería que no se animaran a ayudar algunos de los muchos superhéroes de nuestro planeta, así que eso es precisamente lo que efectúa Simonson. Los héroes elegidos por el autor para sumarse a la fiesta son los Vengadores y los Cuatro Fantásticos, además de Hércules. Primeros espadas del Universo Marvel que, en algunos casos, no están ahí para protagonizar un cameo, precisamente. En este sentido cabe destacar a Míster Fantástico y a la Antorcha Humana, cuya participación resulta de vital importancia en diferentes lances de la batalla.
Aquí, Walter Simonson vuelve a ramificar la aventura en diferentes escenarios con diferentes protagonistas, a cuál más apasionante. Creo que el planteamiento es muy cinematográfico y no sería de extrañar que hubiera servido de inspiración para alguna película de Marvel Studios, como la primera de los Vengadores.
Las hordas de Muspelheim se filtran a la Tierra a través de portales abiertos en el espacio y repartidos por todo el planeta, siendo el desierto del Sáhara el lugar donde se ubica el portal mayor. Así, en uno de los actos Bill propone a Reed Richards un plan para taponar el acceso a la Tierra de los llamados Hijos de Muspell. En otro, Roger Willis y la Antorcha Humana se trasladan al Reino de los Elfos Oscuros con el fin de reconstruir el Cofre de los Antiguos Inviernos. Finalmente, Asgard espera por sorpresa la llegada del propio Surtur que, en una genial idea de Simonson, logra engañar a todos haciendo aparecer el puente del arco iris que le lleva de camino al Reino Dorado, una Asgard donde no encuentra más oposición que las de Odín y Heimdall. Thor decide viajar hasta el Reino Dorado al rescate, pero no puede impedir que Surtur destruya el Bifrost, el único canal de comunicación de Asgard con la Tierra, en una de las imágenes más impresionantes de toda la saga. No menos impactante es el momento en el que Loki se une por sorpresa a su padre y a su hermano para hacer frente a Surtur. Un Loki a quien, en su intención de gobernar los Reinos, no le seduce demasiado la idea de la destrucción de todo por parte de Surtur, pues de nada le serviría ser rey de lo que no existe.
La saga termina con la desaparición de Odín, engullido junto a Surtur en una sima flamígera hacia las profundidades de Muspelheim, ante la impotente mirada de Thor.
Finalmente, en lo que es un epílogo de la saga, un desesperado Thor marcha hacia las montañas donde sufre el ataque de Hela. Al mismo tiempo, en la Tierra nos encontramos con una situación de lo más interesante al quedar atrapado todo el ejército asgardiano, más el alienígena Bill Rayos Beta, sin posibilidad de tomar el maltrecho Bifrost para regresar a Asgard.
En resumen, descomunal trabajo de Walter Simonson en una saga que merece todos los elogios. A nivel gráfico, creo que el trabajo está a la altura del cometido. Si bien Walter Simonson es un dibujante que, técnicamente, no es ni mucho menos infalible, suple sus pequeñas carencias con una potente labor narrativa y con numerosas imágenes de impacto, especialmente muchas de las poderosas viñetas a toda página.
Cerrando hilos y viaje a Hel.
Después de un año y medio ininterrumpido ocupándose de la colección por entero, Walter Simonson tenía bien merecido un pequeño descanso. Descanso que aparece en forma de dos episodios.
En el primero de ellos, Simonson se limita a la labor de guionista mientras Sal Buscema es quien se encarga del apartado gráfico. La historia en cuestión es de esas que bien podrían ocurrir tan sólo en la mente de Thor, aunque no parece ser el caso. Un relato de transición que cuenta como Thor conoce a Tiwaz, un anciano que reside aislado en las montañas que parece la viva imagen de Odín. De hecho, Thor casi se convence de ello observando los milagros que el anciano es capaz de obrar. No es hasta el final que el autor nos descubre que se trata en realidad de su bisabuelo. Una historia puente que también permite el encuentro de Thor con Frigga y los niños.
En el otro número, Simonson ni siquiera tiene participación en el apartado escrito, y es por ello por lo que no fue incluido en esta edición en el título Marvel Héroes. Se trata de un número de relleno, totalmente fuera de hilo, guionizado por Bob Harras y dibujado por Jackson Guice. Una historia desenfadada y humana protagonizada por Hércules y Jarvis cuando se topan con un grupo de pre-adolescentes durante un ordinario paseo por el parque. Uno de los chavales se muestra interesado en saber quién es más fuerte, si Thor o Hércules, a lo que el dios olímpico fanfarronea contando como venció en una pelea al dios nórdico. El problema es que el chaval resulta ser un ferviente admirador de Thor.
Ya de nuevo con Simonson al mando de todo, entramos en una serie de episodios que significan un relativo regreso a la normalidad. El autor intenta poner pausa cerrando algunos de los hilos abiertos durante el intenso tejido de tramas vivido en todo este primer tramo de su etapa.
Uno de estos hilos es el relativo a la impostada relación entre Thor y Lorelei-Melodi. Lorelei finalmente se descubre ante el Dios del Trueno cómo la asgardiana que es, no sin antes tener preparado un elixir del amor proporcionado por Loki. El maquiavélico pacto haría que Lorelei convenza a un manipulable Thor para que interceda en favor de su hermano como gobernante de Asgard. Finalmente, la intervención de Amora, que se la tiene jurada a su hermana desde la batalla contra las fuerzas de Surtur, logra variar el cauce de los acontecimientos.
Resulta extraño observar a Thor convertido en un muñeco desprovisto de cualquier fuerza de voluntad, sobre todo tratándose de un dios que aspira a ocupar el trono dejado por Odín. Cierto que la explicación está en el potente elixir, pero la imagen queda ahí. En cualquier caso, la claridad de ideas y un trabajo de diálogos muy serio por parte de Simonson hacen que cualquier cosa cobre verosimilitud.
También vemos cómo las fuerzas asgardianas atrapadas en la Tierra logran regresar a Asgard. En concreto, es la sabia combinación de los poderes de Thor y Bill Rayos Beta la que logra abrir un portal de comunicación entre Midgard y Asgard. Un regreso a Asgard que incluye también a Lady Sif, que se ve en la obligación de permanecer en el Reino Dorado movida por la incertidumbre causada por la desaparición de Odín. Bill también se siente obligado a regresar con su pueblo, de modo que el capítulo relativo a Rayos Beta, y a su relación con Sif, queda cerrado. Por el momento.
El regreso de la guerrera a Asgard vuelve a abrir la trama relativa al romance entre la dama y Thor. Una relación nunca afianzada, que ahora obtiene un nuevo capítulo plagado de recelos y desconfianza, sobre todo tras un triste episodio causado por el elixir que afectaba a Thor.
El cierre o continuidad de tramas previamente abiertas no impide que esta serie de números también dispongan de su propia línea argumental. Se trata de una historia que se escenifica en la Tierra, a la antigua y superheroica usanza de este título, pero con la particularidad de que el héroe que contrarresta la amenaza no es Thor, sino Bill Rayos Beta. Una modesta trama de espionaje que recupera ecos de la guerra fría, además de aludir tímidamente a las secuelas de la Guerra del Vietnam. El Hombre de Titanio, en nombre de la URSS, urde un plan para hundir la economía de los EEUU. Para ello, organiza un ejército de antiguos combatientes de la Guerra del Vietnam, descontentos con el trato recibido por las autoridades.
Aquí se nota cierto deje patriótico de Simonson, en la reacción de los pobres diablos cuando se enteran de que quien los dirige no es un americano más, sino un ruso. De hecho, ya en la saga de Surtur teníamos una pequeña dosis de orgullo americano, cuando el ejército de los EEUU se suma a los asgardianos y superhéroes en la batalla. En cualquier caso, nada especialmente significativo.
Finalmente, llegamos a la saga que cierra este primer tomo. Una aventura escenificada en otro de los Reinos a qué hace referencia la mitología nórdica: Niffleheim. Concretamente en la región de Hel, el lugar donde reposan los no dignos. El infierno, para entendernos, en contraposición al Valhalla, que sería el paraíso en el que descansan los caídos en batalla. Thor parte hacia los dominios de Hela acompañado de Harokin y sus Einherjar (la tropa de guerreros que habitan en el Valhalla), pero también necesita a Balder para que le guie en un trayecto que su amigo ya tuvo la desgracia de recorrer.
Aquí es donde entra en juego un título externo a la colección protagonizada por Thor. Me estoy refiriendo a la Limited Series de cuatro números protagonizada por el propio Balder. Una miniserie, guionizada por el propio Walt Simonson y dibujada por Sal Buscema que, en buena parte, está integrada en esta descomunal crónica desarrollada por el autor. El primer número de Balder, en particular, es parte integral de la saga que nos ocupa. Es en este episodio donde vemos partir a Balder hacia la llamada de Thor, no sin antes haber tenido que esquivar la oposición de Karnilla. La Reina Norn trata de ocultar a Balder la llamada encerrando al mensajero enviado por Thor, que no es otro que el fiel Agnar. Esta miniserie de Balder, por cierto, disfrutará de su propia reseña en un artículo aparte.
Pero no terminan aquí las incorporaciones al peligroso viaje a Hel. Es Skurge, el Verdugo, el último en sumarse a la cruzada de Thor. Tras ser rechazado y humillado por la Encantadora, que parece estar interesada en seducir a un Heimdall sin ocupación tras la destrucción del Bifrost, el Verdugo necesita darse a sí mismo una cura de dignidad. La escena final con Skurge sacrificándose por sus compañeros es una de las más memorables y emotivas de esta etapa. Es el más noble final a una vida llena de sombras.
Pero esta apasionante saga también acarrea importantes consecuencias para sus dos principales protagonistas. Y es que, en la violenta lucha entre Thor y Hela, el Dios del Trueno descubre como su infaltable capa es el secreto de la existencia de la siniestra diosa, su punto vulnerable. El desfigurado y consumido rostro de la Diosa de la Muerte queda al descubierto, pero Thor también sufre las consecuencias del letal tacto de Hela, que le desfigura la cara. Las últimas páginas no nos muestran el rostro de Thor, siempre ensombrecido o tapado, por lo que habrá que esperar al próximo volumen de la colección para conocer la solución por la que opta Thor para ocultar su cara.
Los anuales.
Dejo para el final el comentario de los dos números anuales cuyas fechas de publicación coinciden con la etapa incluida en el presente tomo. Dos episodios no incluidos en esta edición de Marvel Héroes, escritos ambos por el hombre que precisamente precedía a Walter Simonson como guionista de la colección, Alan Zelenetz.
El anual número 12, dibujado por Bob Budiansky, salió publicado en plena saga e Surtur, por lo que la historia que nos cuenta Zelenetz es obvio que ocurrió en otro momento no coincidente con su fecha de publicación. Se trata de un relato aislado en el que el guionista introduce por sorpresa a otro hermano de Thor. Se trata de Vidar, hijo de Odín y de una Gigante de la Tormenta, de ahí que el tipo doble en estatura a Thor. En tales circunstancias, lo primero que nos viene a la cabeza es la imagen de Odín fornicando con una mujer de siete metros. Pero bueno, con los Dioses ya se sabe que todo es posible. El caso es que Vidar acude a su padre en busca de ayuda para vengar a su esposa, asesinada por los Gigantes de la Tormenta, a lo que Odín responde ofreciéndole a Thor y al vidente Hogar para que le acompañen en su aventura. Bastante discreto.
Mucho más interesante es el anual número 13, no en vano, aquí quien acompaña a Alan Zelenetz no es otro que John Buscema.
En este caso, la historia sí que se hace un hueco en la crónica desarrollada por Simonson al situarse, referencia mediante, en el tiempo posterior a la desaparición de Odín. Es más, el propio Walter Simonson es el autor de la portada.
Tenemos que un aburrido Mefisto aprovecha el abatimiento de Thor, ante la pérdida de su padre, para atormentarlo. Para ello, el señor del infierno coacciona a Ulik, el poderoso troll, para que ataque al Dios del Trueno. Una historia que expone la extrema crueldad de Mefisto, que martiriza emocionalmente a Thor hasta que éste se percata de las trágicas consecuencias de su violenta batalla contra Ulik. La historia está bastante bien, pero lo que merece una mención aparte es el sobresaliente trabajo de John Buscema, que nos regala algunas imágenes de Mefisto para enmarcar.
Conclusión.
No puede empezar mejor la etapa de Walter Simonson en Thor. Con un primer tomo absolutamente imprescindible que incluso rivaliza con los mejores momentos de la era Lee-Kirby. Ahí es nada.
Y es que no puede haber otra forma de calificar un volumen que contiene esa obra maestra que es la Saga de Surtur.
Enlace a la saga.
- Reseñas: Thor: Marvel Héroes 1: El Poderoso Thor de Walter Simonson 1 (1983-1985) - 29 abril, 2025
- Reseñas: Iron Man: Marvel Gold 8: «El Nuevo Iron Man» (1983-1984) - 15 abril, 2025
- Reseñas: Biblioteca Marvel 86: Doctor Extraño 5 (1967-1968) - 10 abril, 2025
Cómo se nota que te gusta mucho, compañero. Gran reseña para una gran etapa.
Jajajaja cuanta razon ROCKCOMIC maravillosa etapa de THOR…… uno de los mejores comics que he leído en mi vida , hay es nada
Saludos krack
Lo bien que me lo pase leyendo esto y que buenos recuerdos .D .
Sip. Una etapa fabulosa. Buen trabajo.👌✌️
Muchas gracias a todos.
Me ha costado trabajito, la reseña. 😉