Spiderman fue, en 2002, la primera adaptación Marvel en identificarse como tal con la hoy familiar cortinilla previa de páginas de cómic conformando su logotipo. Y no es un detalle casual.
Parece mentira que un personaje tan popular e icónico tardara hasta cuatro décadas en llegar al cine, tras una tortuosa trayectoria de adaptaciones televisivas, subproductos y vaivenes empresariales. Paralelamente, la propia editorial se fue transformando con no pocas dificultades en un grupo audiovisual. Cuando el trepamuros estrenó por fin su película, tres generaciones desesperaban en todo el mundo por una adaptación digna, y recaudó la espectacular cifra de 821 millones de dólares en taquilla, dando inicio a una saga que suma ya 2500 millones. Su largo periplo resume y culmina la propia evolución empresarial de Marvel.
El nuevo logotipo suponía toda una declaración: comienza una nueva era. Dicho punto de inflexión coincide además con el periodo que abarcan las anteriores sesiones del Cineclub, con lo que las diferentes versiones y proyectos que ha conocido el Hombre Araña en su larga travesía hacia la gran pantalla nos ofrecen una perspectiva global de la propia evolución de la casa de las Ideas.
Con el único precedente del serial cinematográfico del Capitán América de 1944 del que ya hablamos en su respectivo artículo, la primera adaptación Marvel en imagen real es cuanto menos sorprendente, aunque en absoluto recomendable. Se trata de «3 hombres poderosos«, una explícita e infame película turca de 1973, que por supuesto no fue licenciada por Marvel. Aunque caiga por tanto fuera de nuestro ámbito, su argumento es tan bizarro que no nos podemos resistir a recogerlo: está ambientada en Estambul, y relata cómo el Capitán América y la estrella de la lucha libre mexicana «El Santo» (que tampoco autorizó el uso de su nombre y apariencia) se enfrentan a la Banda de la Araña, una red turca de falsificadores de dólares que ha secuestrado a la novia del Capitán, y está capitaneada por ¡¡un cruel Spider-Man!!
Los primeros pasos formales del Trepamuros en imagen real fueron también bastante humildes. Entre 1974 y 1975 llegó a las televisiones locales norteamericanas, en el marco del programa infantil «The Electric Company«, una serie de segmentos cortos titulados «Spidey Super Stories«. Aunque incluía el guiño a Stan lee de referirse a la audiencia era referida como «verdaderos creyentes», no era tanto una adaptación propiamente dicha como un mero uso de su imagen: no aparecían otros personajes del universo arácnido, ni tampoco se mostraba nunca la identidad secreta del héroe, sino que se limitaba a enfrentarse con estrambóticos villanos inventados para la ocasión, interpretados siempre por un mismo elenco del que cabe destacar a un joven Morgan Freeman. Dada la escasez de medios el uso de los lanzarredes era reflejado siempre con cortinillas pregrabadas, y curiosamente, Spidey se expresaba a través de bocadillos de texto superpuestos para estimular el hábito de la lectura entre los más pequeños. Sorprende que Marvel cediera el uso del personaje gratuitamente, pero capitalizó la popularidad de esta adaptación con la publicación hasta 1984 de una colección homónima dirigida a lectores menores de 10 años, fuera de continuidad pero contando con el resto de personajes de la editorial, al estilo de la actual «Spiderman Adeventures«.
Sin abandonar el medio televisivo, nuestro amistoso vecino protagonizó poco después la serie «The Amazing Spider-Man«, producida por Columbia Pictures y emitida por la CBS a partir de 1977 en 2 temporadas sumando un total de 15 episodios. Estaba dirigida a una audiencia menos infantil que su predecesora, aunque aún «demasiado juvenil» en opinión de Stan Lee, que no obstante figuraba como asesor en los créditos de cada capítulo. Los lectores tampoco perdonaron la excesiva edad de su protagonista, Nicholas Hammond, ni sobre todo que se enfrentara a delincuentes comunes, ya que los medios no bastaban para incluir supervillanos. Aparte del titular, los únicos otros personajes Marvel que aparecían eran Glory Grant, la tía May y el editor del Daily Bugle John Johan Jameson, junto a su ayudante Robert Robertson en el episodio piloto. Este capítulo, de duración doble, fue por cierto estrenado cinematográficamente en Europa, así como una supuesta secuela compuesta en realidad por los 2 últimos episodios de la serie. Su modesta producción y anclada estética no han envejecido demasiado bien, pero aún permiten un condescendiente revisionado, y le queda el honor de ser la única adaptación en imagen real de Spiderman que ha mostrado los lanzarredes y las rastreadoras arácnidas, y la primera en utilizar lentes para los ojos de la máscara.
El Hombre-Araña no era el único superhéroe de la tele a finales de los 70. En el post del Capitán América ya hablamos de sus poco ortodoxos telefilms de 1979, y el trepamutos compartía además canal con la Wonder Woman de la Distinguida competencia. También se planteó una serie del Doctor Extraño en 1978, cuya relativa fidelidad al original se veía debilitada por sus insuficientes medios y cuestionable estética, que se quedó en un único episodio piloto en 1978, sólo rescatable como curiosidad por fanáticos del personaje. Quien sí se llevó el gato al agua fue «El increíble Hulk» de Bill Bixby y Lou Ferrigno, un éxito mundial del que ya tendremos ocasión de hablar al hilo de los 3 telefilmes que la continuaron a finales de los 80.
La fiebre pijamera llegó incluso a Oriente. Marvel cedió en 1978 los derechos audiovisuales de todos sus personajes en Japón por 4 años a la Toei Company, y fruto de este acuerdo (afortunadamente el único) es la serie «Spider-Man«, una libérrima adaptación que tuvo sin embargo un gran impacto en el subgénero mecha de super Sentais. Su única similitud con el cómic original o con su adaptación al manga en 1970 por Ryoichi Ikegami era el uniforme del protagonista, que en esta versión «eyectaba» automáticamente de un brazalete. Narraba las aventuras de un joven motociclista llamado Takuya Yamashiro tras ver caer el OVNI «Marveller» a la tierra, lo que conduce a su enfrentamiento con los malvados monstruos alienígenas gigantes del ejército de la Cruz de Hierro, para lo que también él cuenta con su propio robot gigante, Leopardon. En serio.
El reinado superheroico de la pequeña pantalla murió paradójicamente de éxito, por la irrupción en 1979 del Superman de Richard Donner. La televisión no podía competir (aún) con el nuevo estándar de producción, y la CBS decidió cancelar todas sus series pijameras para no quedarse encasillada en un registro desfasado. La única excepción fue la menos superheroica de todas ellas, Hulk, cuya cancelación marcó en 1982 el final de una era. A partir de entonces el centro de gravedad superheroico se iría desplazando hacia Hollywood.
Marvel empezó a vender los derechos cinematográficos de sus personajes condicionándolos generalmente a su ejercicio o a un plazo determinado. El primero en llegar a los cines fue sorprendentemente «Howard, un nuevo héroe» en 1986, de la mano de George Lucas y en forma de superproducción. Su descalabro comercial evidenció que Marvel carecía de la infraestructura necesaria para la nueva realidad del mercado, y condujo al fin de sus días como editorial independiente. Ese mismo año sería adquirida por New World Entertainment, una productora de segundo nivel, que no en vano había sido fundada por el mítico rey de la serie-B Roger Corman; DC había aprovechado el tirón de las 2 primeras partes de Superman, pero Marvel pareció no advertir el cambio de ciclo que evidenció la mediocre recaudación del tercer episodio del hijo de Kripton, y se aventuró en el mercado cinematográfico en un momento mucho más complicado. Dentro del nuevo organigrama, Stan Lee pasaría a supervisar la división audiovisual, alcanzando cierto éxito con las versiones animadas para televisión, pero salvo «El Vengador» y «El Capitán América«, todas las adaptaciones en imagen real se quedaron en meros proyectos, y aquellas tuvieron que distribuirse directamente en vídeo doméstico. El caso de Spiderman fue especialmente tortuoso, pasandose primero una década saltando sin fortuna de una a otra productora, y otra después empantanado en los tribunales.
El propio Roger Corman fue el primero en poseer sus derechos, aunque afortunadamente no llegó a ejercerlos. Cannon Films se hizo en 1985 con ellos por 5 años, a cambio de 225.000 dólares y un porcentaje de las posibles ganancias. Stan Lee repudió un primer guión del creador de «Los límites de la realidad» Leslie Stevens, en el que Peter Parker se convertía en una verdadera tarántula humana, peluda y de ocho brazos, tras ser sometido intencionadamente a un bombardeo radiactivo por un científico que pretendía crear una nueva raza dominante de mutantes; pese a su carácter herético, esta primera versión ya anticipa los futuros lanzarredes orgánicos. Los entonces colaboradores habituales de Stan Lee en lo que a adaptaciones de Marvel se refiere, Ted Newson y John Brancato («Ed Wood«), desarrollaron un segundo tratamiento más ortodoxo, en el que vinculan los orígenes de los anteriormente alumno y mentor Spiderman y Doctor Octopus a un mismo accidente en un experimento en busca de una nueva fuente de energía, como reflejaría después Sam Raimi en su segunda película. Vabe destacar también que Newson y Brancato utilizan a Liz Allen como interés romántico del héroe, en vez de las más predecibles Gwen o Mary Jane. A partir de este guión, se barajaron varios directores como Teb Hopper Joseph Zito y un presupuesto de hasta 20 millones de dólares, con un reparto más que intreresante: Tom Cruise como Peter Parker, Bob Hoskings como Otto Octavius, Lauren Bacall o Catherine Hepburn como Tía May, y el propio Stan Lee como John Jonah Jameson.
Sin embargo, la Cannon entró en crisis y el proyecto fue revisándose a la baja hasta presupuestarse en sólo 6 millones de dólares, al cargo del especialista en serie-B Albert Pyun. Para abaratar costes, el plan de rodaje se coordinó con otro proyecto del mismo director, la pretendida secuela de «He-Man y los Másters del Universo«. La idea era rodar primero las escenas del flacucho Peter Parker antes de su transformación, que por supuesto ya no encarnaba Tom Cruise sino Scott Leva, y grabar la otra película mientras el actor se sometía a un programa intensivo de musculación de 8 semanas, para concluir después la filmación de «Spiderman«. Incluso se construyeron parte de los sets de producción y el vestuario de ambas producciones, pero las dos se cancelaron debido al fracaso de la primera parte de la adaptación de los muñecos de Mattel y de «Superman IV: La búsqueda de la paz«, también de Cannon. Curiosamente, dichos trajes y sets serían luego amortizados en la cinta postapocalíptica de Jean Claude Van Damme «Ciborg«.
Mientras tanto, la Distinguida Competencia fue capaz de asumir el agotamiento de la franquicia de Superman gracias al Batman de Tim Burton y su subsiguiente saga, inconstestable durante casi toda la década de los 90. Era evidente que Marvel necesitaba un proyecto más amplio, y con esa bandera el magnate Ronald Perelman adquirió New World Entertaiment en 1989 por 82’5 millones de dólares. Pretendía crear una «mini-Disney» partiendo del catálogo de personajes de la casa de las ideas, para lo que se hizo también con una serie de empresas por un combinado total de 700 millones de dólares. En 1993 Perelman creó Marvel Studios y puso a su frente a Avi Arad, copropietario una de las nuevas empresas del holding, la juguetera Toy Biz, que ya había producido de hecho las exitosas series animadas televisivas Marvel de principios de los 90. Arad se puso manos a la obra inmediatamente con un proyecto a la postre tan decisivo como la adaptación de «Blade«, pero para el cabeza de red las cosas las cosas nunca son tan fáciles.
Arad tardaría aún un tiempo en poder manejar al trepamuros, porque sus derechos no revirtieron a Marvel en 1990, en contra de lo previsto inicialmente en el acuerdo con Cannon. Perelman prorrogó su cesión un año más a su ex-copropietario Menahem Golan, para su nueva productora 21st Century Films, que también se haría cargo de la adaptación del Capitán América de 1991. Golan anunció en el festival de Cannes de 1989 que retomaría inmediatamente el proyecto original de Newson y Brancato, y como es habitual en los festivales, pre-vendió los derechos de televisión y vídeo de la futura película para recaudar fondos, a Viacom y Columbia Pictures respectivamente. Pero la financiación obtenida resultó insuficiente, y pese a que su contrato con Marvel ya había vencido volvió a Cannes al año siguiente para intentar recaudar más dinero o vender lo ya desarrollado; se esperaba que Columbia se quedara con el pastel, pero Carolco Pictures superó su oferta y le compró a Golan todo su material previo, manteniéndolo además como productor del proyecto.
Tras el éxito de «Terminator 2» en 1991, Carolco ofreció un presupuesto de 60 millones de dólares a James Cameron (que abandonó por ello un proyecto anterior de adaptar X-Men) para escribir, producir y dirigir la película de Spiderman. Los protagonistas habrían sido inicialmente los actores fetiche de Cameron, MIchael Biehn como Spiderman y Arnold Schwarzenegger como Octopus. Aunque el guión de Cameron prescindió posteriormente de dicho villano, utilizando en su lugar a Electro y el Hombre de Arena, con encarnaciones muy diferentes a las originales -concretamente la de Electro anticipa ya algunos elementos del futuro Norman Osborn de Raimi. Cameron incorpora ya a Mary Jane en vez de Liz Allen, y conserva además algunos detalles de casi todos los borradores previos, como los lanzarredes orgánicos del guión de Stevens, y elementos que heredaría la película definitiva como la pesadilla surrealista tras ser mordido por la araña. Sin embargo, aunque el realizador siguió desarrollando su tratamiento durante años e incluso existe un storyboard de su tratamiento, Carolco paralizó la producción activa del filme en 1992 por problemas de financiación.
Esto marcó el principio de un largo culebrón legal con demasiado jugadores en escena, que se disputaron la titularidad de los derechos durante el resto de la década: Primero Golan, que mantuvo aún algunos contactos para su propia versión, terminó demandando a Carolco por obviar su crédito como productor, así como 20th Century Fox por violar su contrato de exclusividad con Cameron; Carolco, Viacom y Columbia se demandaron a su vez mutuamente por los derechos de distribución; por si fuera poco, todo se complicó aún más cuando Carolco, 21st Films y Marvel se declararon en bancarrota entre 1996 y 1997. Metro-Goldwyn-Mayer adquirió el catálogo de 21st Century film (incluyendo los derechos de Golan), Columbia fue absorbida por Sony, y tras su propia y compleja reestructuración Marvel se fusionó con Toy Biz bajo el control de Avi Arad. El litigio se traspasó a sus herederos cuando Metro-Goldwyn-Mayer alegó un fraude en el primer contrato entre Cannon y Marvel, y los tribunales determinaron finalmente que los derechos revertieran en la Casa de las Ideas. En 1999 Marvel licenció nuevamente los derechos de Spiderman por 7 millones de dólares a Columbia. Ni siquiera entonces el asunto quedó completamente resuelto, ya que casi inmediatamente Metro-Goldwyn-Mayer reclamó sus propios derechos vía 21st Century film, y amenazó con iniciar su propia producción. Columbia contraatacó reclamando a su vez la propiedad de la franquicia de James Bond de Metro-Goldwyn-Mayer, al haber producido ella la primera versión de «Casino Royale», y ambos estudios alcanzaron finalmente un acuerdo definitivo que mantenía a 007 en manos de la Metro y a Spiderman en Columbia.
En base a este arreglo, Sony pudo comenzar por fin la esperada producción de «Spiderman«, tras casi veinte años de idas y venidas entre despachos y juzgados. Lo único positivo de todos estos retrasos es que se pudo aprovechar el nuevo cambio de ciclo que habían supuesto los estrenos de «Blade» y «X-Men«. Como el nuevo logotipo de presentación de las adaptaciones Marvel testimonia, a partir de estas dos películas todo cambió para el género superheroico en el cine.
En 1999, Columbia Pictures (Sony) adquirió definitivamente los derechos cinematográficos de Spiderman por 7 millones de dólares. La cifra puede parecer hoy irrisoria a la vista de los 2.500 millones que ya lleva recaudados la saga, pero hay que contextualizarla desde la perspectiva de los fracasos que la precedían. Hay que recordar también que las ventas de cómics pijameros no pasaban entonces por su mejor momento, y el propio Spiderman estaba tocado tras la inacabable “Saga del Clon” o experimentos fallidos como el “Año 1” de Byrne. Su dimensión trasciende sin embargo la meramente editorial; en palabras de Avi Arad, “aunque la gente no esté familiarizada con todos los aspectos de su historia, es un icono querido e identificable”. Más a que a los lectores, Hollywood buscaba a los televidentes de sus sucesivas adaptaciones animadas, que le han convertido en un verdadero referente de la cultura popular. Además, un año antes, un personaje marvelita tan desconocido como “Blade” había batido claramente a unos agotados “Batman y Robin”, y el cambio de ciclo se confirmó al año siguiente con “X-Men”. El momento y el personaje eran los adecuados, y nuestro amistoso vecino contó con el mayor presupuesto nunca antes destinado a una adaptación superheroica: 130 millones de dólares.
Siguiendo la estela de la elección de Bryan Singer para dirigir “X-Men”, la responsabilidad de “Spiderman” recayó en Sam Raimi. Famoso por su personalísima combinación de terror, gore y humor negro en la trilogía “Evil Dead”, en las antípodas estilísticas de la saga arácnida, Raimi contaba también con una modélica aunque modesta cinta superheroica en su haber: “Darkman”. Aunque suela considerarse que el encargo supuso su salto desde la serie-B, en realidad ya venía realizando antes cintas comerciales, y bastante olvidables, como “Premonición”, o “Rápida y mortal”, pero necesitaba reivindicarse con un taquillazo. La adaptación del trepamuros parecía hecha a su medida porque él mismo es seguidor del personaje desde niño, y fue capaz de convencer a Laura Zinskin, productora ejecutiva del proyecto, al plantear un tratamiento basado tanto en la dimensión humana del personaje como en la mera perspectiva del cine de acción y efectos especiales. También resultó especialmente afortunado que la productora hubiera coincido en su anterior película, “Misión: Imposible”, con el guionista David Koepp. Zinskin pensó en él porque ya había firmado en 1997 el libreto de una de las antecesoras del actual auge de adaptaciones comiqueras, “Men in Black”, y su visión de Spiderman coincidía plenamente con la de Raimi.
Es revelador que tanto Koepp como Raimi se decantaran por el Duende Verde como antagonista. Los borradores previos habían optado por el Doctor Octopus, el Hombre de Arena y Electro, los primeros villanos de la serie original (con el permiso del Buitre), y cuyos diseños y poderes eran ciertamente más espectaculares. El Duende se había pasado además un par de décadas oficialmente muerto, y de hecho acababa de regresar a los cómics de Spiderman para el acto final de la Saga del Clon, pero esto no era precisamente la mejor carta de presentación, y menos aún si tenemos en cuenta que conducía a la peliaguda trama del secuestro de la hija de Peter y Mary Jane. Pero Koepp y Raimi no estaban interesados en el renacido Duende de los 90 sino en el clásico, y el éxito de su visión tiene mucho que ver con su fortalecimiento primero en el universo Ultimate y actualmente también en el tradicional. . Su principal ventaja respecto a los candidatos anteriores era que Osborn no es sólo el archienemigo de Spiderman, sino también el padre del mejor amigo de Peter Parker, lo que les facilitaba profundizar en las relaciones interpersonales de los personajes.
Precisamente fue este elemento el que precipitó la disolución de la ya tensa pareja fundacional del cómic original, Stan Lee y Steve Ditko. Mientras que el guionista era partidario de integrar la personalidad secreta del Duende en el círculo de Parker, el dibujante prefería mantenerla desconocida. Lee lo sustituyó por John Romita Sr. a partir del número 39 de “The Amazing Spider-man”, en el que no sólo se revelaba la identidad de Norman Osborn, sino que éste descubría la de Peter Parker. Tomando como referencia la trayectoria del villano, la película engloba las etapas de Ditko y Romita Sr, el Spiderman clásico de Stan Lee a caballo de los años 60 y 70, abarcando los años de Peter Parker en el instituto y la universidad.
El guión de Koepp adopta la misma estructura clásica en bloques temporales y temáticos claramente diferenciados que Mario Puzo empleó para “Superman”. Casi 25 años después este esquema destila cierta convencionalidad. Todo es formalmente impecable, pero se echa en falta ya desde el guión una mirada más personal, lo que trasciende en la falta de audacia interna, de originalidad, de toda la película, acomodada en una trama arquetípica. Eso sí, hay que tener en cuenta que Koepp estaba limitado por la ambición de condensar una década de historietas, y aunque inevitablemente las simplifique, logra sintetizar su esencia clásica, consiguiendo un personaje icónico, igual de accesible para el espectador casual que reconocible para el lector de cualquiera de sus restantes etapas.
El principal mérito del guión de Koepp es su aparente sencillez. Sigue la evolución de las familias Parker y Osborn a lo largo de dicho periodo, y la de Mary Jane Watson oscilando entre ambos ejes, sin que la trama se haga densa pese a la gran cantidad de material de partida. Es capaz de fusionar los círculos de amistades de Parker en su etapa en el instituto y la universidad, optando por el segundo para centrase en el drama de los Osborn, pero manteniendo al mismo tiempo la esencia de ambos periodos.
El tratamiento que se da a Mary Jane es especialmente ilustrativo en este sentido: aunque en los cómics Peter y MJ no se conocieron hasta la universidad y su relación no comenzó hasta después de la muerte del duende, Koepp utiliza al personaje original como base y le añade características de sus anteriores novias. MJ proviene efectivamente de un hogar desestructurado y era vecina de Peter cuando éste iba al instituto, aunque entonces ya no vivía con su padre. En el instituto, Peter está secretamente enamorado de la atractiva y popular novia de Flash Tompson, pero esta no era MJ sino Liz Allan. Como hace MJ en el epílogo de la película aunque en circunstancias muy distintas, en la versión original fue Allan quien se declaró repentinamente a Peter en la ceremonia de graduación del instituto, siendo igualmente rechazada debido a su responsabilidad como Spiderman. Y también mantuvo años después una relación con Harry Osborn, aunque en los cómics sí que llegó a convertirse en Señora Osborn sin que Peter se interpusiera, mientras que en el caso de MJ Harry estaría celoso de las atenciones que le prestaba a Peter.
Muchos seguimos esperando a la Gata Negra, pero la única otra novia de Peter que llega a aparecer en pantalla es la secretaria de J.J.Jameson, Betty Brant, y en forma de mero cameo. La película está llena de este tipo de guiños al lector, como por ejemplo las veladas menciones a futuros enemigos como Eddie Brock o el Doctor Kurt Connors, así como la obligada aparición de Stan Lee. Otros cameos destacables son los de Nicholas Hammond, el Peter parker televisivo de los 70, y Lucy Lawless, la protagonista de “Xena, la princesa guerrera”, que produjo el propio Raimi. Como es habitual en sus películas, el director deja también espacio para que aparezcan su propio coche (concretamente, el que usa el tío Ben) y su actor fetiche, Bruce Campbell, que interpreta al estrafalario presentador del concurso de lucha libre.
En la película Mary Jane no conoce la verdadera identidad de Spiderman, mientras que en el cómic la descubrió desde la misma noche del asesinato del tío Ben, que no fue asaltado en la calle sino en su propia casa, y MJ pudo ver desde su ventana como Peter salía después vestido de Spiderman buscando venganza. El origen de Spiderman es por lo demás prácticamente canónico, destacando la crucial última conversación entre Peter y el tío Ben, directamente extraída del cómic de Stan Lee, en la que se establece su razón de ser: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Apenas se añaden un par de actualizaciones puramente cosméticas: la araña ya no es mutada accidentalmente en un experimento nuclear sino que pasa a ser el objeto de un experimento genético, y Peter ya no inventa los lanzarredes, que pasan a ser otra consecuencia de la misma picadura. Es un cambio adecuado, primero porque la nueva telaraña orgánica da lugar a varios guiños en las hilarantes secuencias en que aprende a usar sus poderes (¡Shazam!), y porque, por listo que sea Peter, dentro de la perspectiva verista que impera en el género desde “X-Men”, hay que reconocer que resulta más creíble que el que un adolescente desarrolle por sus propios medios una obra maestra de la ingeniería y la química. De hecho, esta opción ya había sido adelantada en los antiguos intentos de adaptar el personaje, y en los cómics lo había empleado Peter David para la línea 2099, a la que también recuerdan por cierto las “púas” retractiles que justifican el poder de succión.
Respecto al origen del Duende, sorprende que no se recurra al habitual atajo de guión de vincularlo al del protagonista, pese a que ambos se van mostrando paralelamente durante el primer acto de la película y se derivan de sendos accidentes científicos. A la vista del Osborn que Brian Michael Bendis ha desarrollado en su Ultimate Spiderman, en esta ocasión tal vez hubiera sido mejor relacionarlos, porque su primer enfrentamiento casual en el desfile de Times Square, en el que Osborn consigue de hecho su objetivo pese a la oposición de Spiderman, no parece una base suficiente para su posterior actitud hacia el héroe. El ritmo de la película se resiente ligeramente en estre tramo al no comprenderse porqué Osborn pretende primero atraer al héroe al “lado oscuro”, y cuando posteriormente descubre su identidad, intenta castigar a sus seres queridos. Afortunadamente, Raimi es capaz de recuperar el pulso narrativo de cara al desenlace, imprimiéndole suficiente dinamismo para que el espectador deje de plantearse porqué se ha llegado a ese punto. Parte del mérito debe atribuírsele asimismo a Willem Dafoe. Aún ligeramente sobreactuado (como el propio Osborn en los cómics), es capaz de hacer creíble su histrionismo y ambivalencia, y lo que era más difícil, transmitirlo también bajo la máscara del Duende. Lo cierto es que el cine de superhéroes está más acostumbrado a actores solventes que consagrados, y contar con un intérprete de carácter da a este Duende un lugar de honor en el panteón de grandes villanos del género, apenas un escalón por debajo del Magneto de Ian McKellen o los Joker de Heath Ledger y Jack Nicholson. Baste pensar que en un principio, el favorito para encarnar al Norman Osborn llegó a a ser Nicolas Cage.
Spiderman siempre se ha distinguido por sus excelentes personajes secundarios, y un reparto sólido era vital para hacerlas creíbles. Destacan especialmente los secundarios, como el tío Ben o la tía May interpretados por dos veteranos del Hollywood clásico Cliff Robertson y Rosemary Harris. El primero fue oscarizado por “Charly” y la segunda, que ya había trabajado a las órdenes de Raimi en “The Gift”, había sido nominada por “Tom y Viv”, en la que curiosamente interpretaba a la malvada madastra de Willem Dafoe. Y por supuesto, el excéntrico J.K. Simmons como el perfecto John Jonah Jameson.
El principal reto del cásting era evidentemente encontrar un actor capaz de encarnar la transformación del tímido e ingenuo Peter Parker en un joven maduro e íntegro (y muy muy responsable). Se barajaron los nombres de Leonardo DiCaprio y Freddie Prinze Jr, pero finalmente el elegido fue Tobey Maguire, una apuesta personal de Sam Raimi, por su “potencia en la quietud”. La gran virtud del actor es de hecho su normalidad, que favorece la identificación del público mucho más que si se tratara de un típico actor de acción como hubiera sido preferible, y que es al mismo tiempo capaz de incorporar gradualmente cierta fuerza y confianza internas según el personaje va dominando sus poderes.
Por su parte, el papel de MJ supuso para Kirsten Dunst, aparte de su definitivo estatus estelar, la oportunidad de superar los papeles adolescentes a través de una saga prolongada en el tiempo en que su propio personaje daba el mismo paso, como Pícara para Anna Paquin en la trilogía “X-Men”. Aunque el papel tampoco le exija mucho más que su evidente fotogenia, Dunst da mejor el tipo cuanto más “Liz Allan” y menos “Mary Jane” toca ser, aunque tal vez sea porque le correspondieron los diálogos más pasteles del guión, o porque toda su relación con Flash y Harry y su propio drama familiar ocurren fuera de plano, quedando desdibujadas sus motivaciones.
A James Franco se le nota en cambio mucho más cómodo como Harry Osborn en el triángulo amoroso con Peter y MJ, a pesar de que curiosamente se presentara antes al casting de Peter Parker. Eso sí, cuenta a su favor con el empuje de Dafoe como su maquiavélico padre, anticipando al futuro villano que está llamado a encarnar en las secuelas, como ya tendremos espacio de comentar en sus respectivos futuros posts. Su Harry, ya desde el guión, no llega a recoger completamente la oscuridad y fragilidad que definen la lucha interior del personaje original. Resulta irónico que Marvel llegara a publicar de los 70 su famosa “trilogía de las drogas” sin contar con el sello del Comics’ Code, mientras que la película eluda el tema. Aún así, la relación entre el padre, el hijo y su amigo va adquiriendo tintes casi shakesperianos a medida que la sombra del Duende se va interponiendo entre ellos, lo que parece ir a conducir a un dramático final cuando Mary Jane se transmuta en Gwen Stacy al ser arrojada desde el Puente de Brooklyn. Pese a que lo efectivo de dicho clímax pueda satisfacer al público no iniciado, en nuestra opinión de lectores, Koepp, Raimi, o el ejecutivo de Sony que tomara la decisión, se acobardaron con el desenlace de la escena y traicionan un trastorno definitorio de Spiderman.
La muerte de Gwen fue muy polémica cuando se publicó, y el propio Stan Lee cuenta que incluso le llamaban asesino, pero da idea de su verdadera dimensión que a la postre significara el punto final de la Edad de Plata de los Superhéroes. Por supuesto, desde la imprescindible perspectiva comercial es comprensible un final feliz, pero no parece necesario hacerlo sobre la tumba de Gwen. Más sutilmente, MJ llega a lucir al principio de la película un look similar al de Gwen, lo que hubiera sido adecuado si se hubiera respetado el desenlace original, pero al desviarse del mismo se acaba rozando la línea entre la fidelidad y jugar con las expectativas del público lector. El género perdió además la posibilidad de dar un paso adelante, como sí haría después el anticlimático final del ”Caballero Oscuro”. Incluso, salvar a Gwen/MJ podría tener cierto sentido como homenaje a toda la trayectoria de Spidey, si se tratara de una única película. Pero pretendiéndose dar inicio a una saga, se perjudicó a las subsecuentes secuelas al arrebatárseles un punto de inflexión desde el que permitir evolucionar a los personajes –aunque esto casi revaloriza la adaptación, pues el mismo mal suele aquejar a los cómics. De hecho, es precisamente Mary Jane quién más viene sufriendo dicho desgaste, y quién sabe si en otro caso nos podríamos haber ahorrado el mefistazo de Joe Quesada ¿Cuántas veces más va a rescatarla Peter? ¿No habría sido mejor reservarla para las secuelas, dejando la primera parte para Gwen? El viejo Stan sabía lo que se hacía.
En cuanto a la producción, es destacable una apuesta por un tono intermedio entre el realismo formal de las películas superheroicas a partir de “X men” y la estilización plástica que se asociaba con las adaptaciones de cómic antes de la cinta de Bryan Singer. De hecho, hay una gran diferencia de estilo entre las escenas de Peter Parker y las de Spiderman: mientras que las primeras están ambientadas en escenarios reales, con exteriores rodados en Nueva York y encuadres cotidianos, la acción superheroica utiliza un lenguaje mucho más ágil y grandilocuente, y se sumerge de la mano de la infografía en una arquitectura sutilmente fantástica. La idea de Raimi era mantener la ambientación neoyorquina, pero “tomando sus partes más mágicas y creando una nueva ciudad con ellas”. De este modo, el encargado de efectos especiales John Dykstra (“Star wars”, “Batman y Robin”) se inspiró en edificios reales neoyorquinos para crear los escenarios de los combates (tanto los fondos virtuales como los decorados reales), pero les potenció sus elementos clásicos y les dotó de una escala un poco sobredimensionada. Pero sólo un poco; no es Gotham, sino más bien una reinterpretación de Nueva York, más neoyorquina aún que la verdadera: la Nueva York de los cómics Marvel, las azoteas y el cielo que habitan los héroes.
Esta apariencia de cómic llevado a la pantalla la potencia la cámara de Don Burguess, no en vano director de fotografía del “Batman” de Tim Burton y colaborador habitual de Robert Zemeckis, que busca siempre la luz de los atardeceres, y regala a Spiderman y MJ localizaciones tan emblemáticas como el bucólico jardín del tejado del Rockefeller Center frente a la muy marvelita Catedral de San Patricio, o la icónica ambientación de su ya clásico primer beso bajo la lluvia. Estos pequeños momentos consiguen salvar una historia de amor que avanza demasiado intermitentemente y con escasa credibilidad.
Nueva York se convierte así en un personaje más de la película, al igual que en los cómics de Spiderman, lo que tomó un giro inesperado cuando en plena postproducción se produjeron los ataques del 11 de septiembre. El World Trade Center jugaba de hecho un papel protagonista en el primer avance promocional de la cinta, una espectacular secuencia en la que la huída en helicóptero de una banda de atracadores era evitada al quedar atrapados en una enorme tela de araña tejida precisamente entre Las Torres Gemelas; el trailer fue eliminado inmediatamente, pero el horizonte de Manhatan mantiene su perfil a modo de homenaje en varias escenas, y también pueden percibirse claramente reflejadas en las lentes del traje de Spiderman. El orgullo de la ciudad puede percibirse también cuando un grupo de ciudadanos de a pie se encara con el Duende: “¡Si te metes con Spiderman te metes con Nueva York!”, reacción que aunque emotiva, puede ser contradictoria al haberse mostrado la campaña en su contra del Bugle. La grandeza del personaje es que dentro de la ficción no es un ídolo, sino generalmente lo contrario, especialmente en el periodo que adapta la película.
Las escenas de acción resultan todavía enormemente dinámicas y espectaculares, aún cuando su tecnología ya no sorprende como entonces, valiéndole sendas nominaciones al Óscar en las categorías de Mejor Sonido y Mejores Efectos Visuales. El reto era mostrar la fuerza y agilidad sobrehumanas del hombre araña, en su mayoría imposible de rodar con actores reales y que se tuvieron que combinar con imágenes digitales, en ocasiones excesivamente artificiales pero siempre efectivas. La montaña rusa arranca con el brillante despertar del sentido arácnido (efecto que podría haberse recuperado para las secuelas), y no para de acelerar hasta que aparecen los créditos. Los combates cuerpo a cuerpo resultan especialmente atractivos visualmente, y van recrudeciéndose progresivamente hasta alcanzar un mayor grado de oscuridad y violencia física.
Otra cuestión vital era el diseño de vestuario, especialmente en el caso del traje de Spiderman. Es un diseño demasiado querido como para alterarlo, pero al mismo tiempo difícil de trasladar fielmente sin parecer un disfraz, como demuestran las adaptaciones televisivas de los 70. El elegido para la tarea fue Jim Acheson, tres veces ganador del Óscar, que ya se había enfrentado antes al reto de dar forma a las locuras de los Monty Python o Terry Gilliam. Necesitó 6 meses para desarrollarlo. Desde el primer momento se descartó el habitual látex esculpido, porque se buscaba más un acróbata que un rígido héroe musculoso. En su lugar se optó por un diseño basado en la tensión, con un mono de seda comprimida de una sola pieza (las botas fueron construidas dentro el traje), impreso con un patrón rectangular de pequeñas pantallas individuales generado por ordenador, para crear la ilusión de la dimensionalidad y reflejar las sombras y luces haciendo visible la musculatura en el exterior pero permitiendo una gran movilidad. La red fue modelada independientemente en látex cortado por ordenador, pintado a mano para darle acabados metálicos. Se creó un total de 24 trajes con distintos niveles de deterioro, 4 de los cuales desaparecieron en plena producción. Nunca reaparecieron pese a la recompensa ofrecida por Sony. El resultado en pantalla es perfecto, consiguiendo mantener y modernizar al mismo tiempo el diseño clásico, pero no parece muy creíble que se lo haya confeccionado el propio Parker artesanalmente.
Para la creación del traje del Duende, el problema era el contrario: no podía trasladarse el diseño original, poco más que un mero disfraz. Acheson decidió alejarse completamente del mismo y partir casi de cero, manteniendo tan sólo la máscara, el aerodeslizador y por supuesto el color verde. Se inspiró en las pinturas japonesas, patrones de reptiles y trajes de astronauta, teniendo en cuenta que Oscorp trabaja con tecnología punta. Sin embargo, su diseño no es tan satisfactorio como el de Spiderman, y parece sacado de una juguetería japonesa. Al menos, queda justificado dentro de la película en el proyecto militar en el que trabaja Osborn, y en las máscaras tribales que adornan su mansión, que ya anticipan además su desdoblamiento de personalidad.
El mimo de Acheson queda de manifiesto incluso en los atuendos civiles de los personajes, que reflejan continuamente las caras que ocultan. Como ya hemos dicho, Mary Jane es presentada vestida como solía Gwen Stacy pero en morado y verde, los colores del duende; o tampoco es casual que durante la tensa cena de Acción de Gracias tanto Peter como Norman lleven los colores del disfraz de su enemigo, y Harry, dividido entre las dos lealtades, luzca los de ambos.
Por último cabe destacar la partitura compuesta por Danny Elfman, viejo colaborador de Raimi desde “Darkman” o “El Ejército de las Tinieblas”, que nos engancha desde los títulos de crédito. Debería existir una ley por la que unicamente él y John Williams pudieran escribir las bandas sonoras de las películas de superhéroes, pues sólo “Spiderman” cuenta de entre todas las adaptaciones Marvel con un score comparable al de sus repectivos “Batman” y “Superman”.
En definitiva, Raimi y su excelente equipo nos ofrecen una equilibrada y lujosa adaptación, aunque tal vez no lo suficientemente ambiciosa. Logran capturar la esencia del cómic original, y aprovechan al máximo las herramientas técnicas y narrativas del cine para crear una historia interesante, divertida y respetuosa con sus personajes, aunque demasiado convencional.
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