Una mezcla desconcertante. Superhéroes y Ang Lee; un blockbuster veraniego y cine de autor; la mayor producción del género hasta la fecha y su película más intimista, que huye de la espectacularidad pero cuenta con efectos especiales de la Industrial Light and Magic. Y sobre todo: que una peli de La Masa pueda resultar aburrida.
Es importante distinguir entre resultar aburrida y ser aburrida. Sin negar sus posibles defectos, el gran problema para afrontar el «Hulk» de Ang Lee son las expectativas de la audiencia. La simplona imagen icónica de Hulk resulta al mismo tiempo la razón de ser y el peor enemigo de la película, pues atrajo al público masivo, pero lo desubicó porque esperaba una simple ensalada escapista de testosterona. Podría haber satisfecho en cambio a quien buscara algo más allá de la fórmula superheroica, si no lo hubiera espantado la engañosa campaña promocional que pretendía romper las taquillas vendiéndola como el típico estreno veraniego.
Como ya comentamos en el repaso de «Daredevil«, los impresionantes 800 millones de dólares recaudados por la primera parte de «Spiderman» pusieron en las manos de Avi Arad toda la maquinaria de Hollywood para impulsar cualquier proyecto que llevara el sello de la Casa de las Ideas. Pero hay personajes y personajes, y son muy contados los que pueden igualar en popularidad al trepamuros. Dentro de Marvel, la siguiente opción estaba clara: Hulk aplasta.
La Masa fue creada en 1962 por Stan Lee y Jack Kirby, y es un pilar fundamental del Universo Marvel. Es miembro fundador de Los Vengadores, lo que da un mayor alcance a su actual proyección cinematográfica, y lleva en los kioscos ininterrumpidamente desde 1964. Sin embargo, su fama se debe en gran medida al medio televisivo, primero en formatos animados y especialmente gracias al enorme éxito internacional de su adaptación en imagen real protagonizada por Bill Bixby y Lou Ferrigno, la más exitosa de la edad de oro de las series superheroicas de la televisión de finales de los 70. No obstante, no se ajustaba puramente al género, ya que, salvo en la singular condición de su protagonista, su creador Kenneth Johnson se atuvo al canon de «El fugitivo«, separándose lo máximo posible de la estética de cómic. Incluso, se le cambió el nombre a Bruce Banner para eliminar la aliteración de sus iniciales, característica de los superhéroes, por David, en referencia al mito de Goliat. Aunque según la sorprendente versión de Stan Lee, la verdadera razón fue que a Johnson Bruce le sonaba demasiado homosexual. La serie alcanzó las 5 temporadas y se emitió en más de 70 países. En 1980 hasta se estrenó en los cines de varios países de Europa un montaje de los 2 episodios piloto, con especial éxito en España y Francia. Hasta Mortadelo fue a verla…
«The incredible Hulk» fue finalmente cancelada en 1981 debido a una bajada de audiencia que coincidió con una huelga del sector. Aún así, siguió gozando de una larga segunda vida en los videoclubes, en vista lo cual la NBC decidió continuarla a partir de 1988 en una serie de películas para televisión de periodicidad anual. Su limitado nivel de producción, en plena Batmanía, hacía sangrantemente obvia la distancia que separaba entonces las adaptaciones de Marvel de las de DC, pero aún así aquellos telefilmes suponen un curioso precedente de las actuales franquicias cinematográficas de la Casa de las Ideas, porque, a diferencia de la serie original, estas películas sí que se abrían al resto del Universo Marvel. Hasta se dice que pretendían servir de preludio a una supuesta futura serie de Los Vengadores; concretamente, «El regreso de La Masa» nos trajo a una indescriptible versión juerguista de Thor y «El juicio de La Masa» a un Daredevil vestido de negro que ya se enfrentaba a Kingpin. Aunque Iron Man y Hulka terminaron cayéndose de «La muerte de la Masa» por falta de presupuesto, se esperaba su aparición para la cuarta entrega, frustrada por el cáncer que acabó con la vida de Bill Bixby en 1993. Se hubiera titulado «El renacimiento de la Masa» y habría relatado la vuelta de David Banner tras su aparente fallecimiento al final de la anterior película al ser arrojado desde un avión, aunque en la misma serie ya se había salvado del mismo percance transformándose en la Masa, escena que Mark Millar recuperaría para sus Ultimates. Pese a todas sus (encantadoras) deficiencias, la serie y las películas de «La Masa» cuentan con el honor de contener el primer cameo de Stan Lee en una adaptación de sus personajes, así como el único de Jack Kirby, e hicieron del Goliat Esmeralda un icono universal. Además, aunque Ang Lee declarara haber descartado completamente la simplista lectura de la serie de televisión, su propia versión acaba teniendo más puntos en común con aquella de los que posiblemente pretenda.
El proyecto de adaptar Hulk cinematográficamente, siempre de la mano de la Universal, enlaza prácticamente con el final de sus aventuras televisivas. Pero coincidió con los tumultuosos años 90 de Marvel, por lo que le costó nada menos que 12 años llegar a las salas. En 1997 se llegó a anunciar que la dirigiría Joe Johnston, un especialista en cintas comerciales de género fantástico y tono ligero como «Cariño, he encogido a los niños«. Su carrera había comenzado como técnico de efectos especiales y director de arte de la ILM, incluyendo por cierto Howard, un nuevo héroe (y cierta trilogía galáctica, y otra de un tal doctor Jones). Su único contacto con los superhéroes hasta la fecha es haber dirigido en 1991 el «Rocketeer» de la Disney, lo que da una idea de que el proyecto de «Hulk» estaba aún muy alejado de lo que acabaría presentando Ang Lee en 2003. Sería difícil encontrar dos autores más diferentes en el panorama hollywoodiense.
La decisión de poner al taiwanés al timón supuso por tanto darle un arriesgado giro de 180º al proyecto. Avi Arad, coproductor de la película además de presidente de Marvel Studios, podría haber apostado con ello por probar nuevas variaciones sobre la eterna fórmula del «Superman» de Richard Donner, en previsión de su posible desgaste de cara a la futura oleada de adaptaciones que presumiblemente podría asumir ya desde el éxito de Blade, lo que coincidiría en el tiempo con el abandono de Johnston. Además, no era tan descabellado pretender conciliar los requisitos de un blockbuster palomitero con las inquietudes y constantes autorales de Ang Lee. Sus películas más intimistas, como «Deseando Amar«, «El Banquete de Bodas«, o «La tormenta de hielo«, pivotan sobre la oposición entre padres e hijos y la represión emocional, lo que se ajusta perfectamente al esquema básico de Bruce Banner. Además, su anterior película, la aclamada ‘Tigre y Dragón‘, había hecho de él una estrella del mainstream, reivindicándole como un director extremadamente versátil y capaz de enfrentarse al espectáculo de gran formato, aunque alguien debiera haber tomado nota de que sólo su brillante factura técnica soportaba sus bajones de ritmo. La carrera de Lee se viene caracterizando por la inquietud de probar nuevos géneros y el interés por la tensión entre las culturas occidental y oriental, por lo que debió resultarle irresistible un proyecto tan intrínsicamente norteamericano como una película superheroica. Sin embargo, los 7 años transcurridos desde su estreno nos dan la perspectiva contraria. La ligereza de las subsiguientes adaptaciones de personajes Marvel y lo fielmente que se adscriben al esquema predefinido del género evidencian que los 245 millones de dólares de la taquilla de «Hulk» no satisfacieron las expectativas económicas depositadas en el proyecto. Así parece confirmarlo que sea precisamente Joe Johnston quien vaya a dirigir la futura adaptación del Capitán America.
En nuestra opinión, el problema fue de base: más que adaptar Hulk, se hizo una verdadera relectura del mismo, el Hulk de Ang Lee, pero luego, ante el riesgo comercial de una cinta tan personal, se acabó intentando venderla incoherentemente como lo que no era. Con la llegada del nuevo director se procedió a revisar hasta tres veces el anterior guión de Jonatah Hensleigh (que luego escribiría el libreto del «Punisher» de 2004), para potenciar sus rasgos más dramáticos e intimistas y acercarlo más a su registro. La historia definitiva es de James Schamus, colaborador habitual de Lee y productor además de la película, aunque también fueron acreditadas las aportaciones de Michael France y John Turman. Ya sin acreditar, participaron también guionistas de otras adaptaciones Marvel como Zak Penn y David Hayter, el ubicuo J.J Abrams o el guionista de «Ed Wood» Larry Karaszewski. Tal vez fueran demasiadas manos, porque en nuestra opinión el resultado final está descompensado. Aunque no por ello deban dejar de destacarse sus méritos y hallazgos.
El guión huye deliberadamente del enfoque heroico, en un valiente intento de construir un drama fantástico. Aunque este acercamiento desarma al espectador que espere un nuevo «Spiderman«, a Schamus no le faltan razones para ello: una de las grandes aportaciones de Stan Lee y Jack Kirby fue convertir a los viejos monstruos de la Edad de Oro en los nuevos héroes de la Edad de Plata. Hulk fue su creación más extrema en este sentido, llegando a abandonar completamente su humanidad. Stan partió del esquema del Doctor Jekill y Mr. Hyde, con la originalidad de que su monstruo no encarna el lado oscuro del héroe sino a una nueva criatura de Frankenstein, perseguida por todos, a la búsqueda constante de la paz. Schamus va un paso más allá acercando esta dualidad a las inquietudes de Ang Lee: como en la novela de Shelley, el verdadero monstruo es el doctor Frankenstein, pero éste no es el alter ego humano de la criatura sino su padre, el científico que experimentó irresponsablemente consigo mismo en busca de la inmortalidad, y que convirtió a su hijo en el fruto de sus pecados.
Es interesante como Schamus parte de los elementos de la criatura original para articular la suya propia, separándose de éstos a conveniencia pero sin llegar a contradecirlos sustancialmente. En primer lugar, el padre de Bruce, al que se llama David en lugar de Bryan en homenaje a la serie de televisión, ni experimentó consigo mismo, ni transmitió a su hijo ninguna alteración genética. Tampoco intentó matarlo, y él mismo está muerto. Aún con todo, el retrato de la película es sin embargo bastante fiel en lo esencial: era científico, en la misma disciplina que su hijo (físicos atómicos), pero sufría de alcoholismo, lo que se agravó como consecuencia de su envidia por las atenciones de su esposa a su hijo, hasta llegar a asesinarla delante del niño, por lo que también acabó siendo encerrado (aunque en un manicomio).
Conforme al nuevo origen, la furia reprimida por el bloqueo mental del trauma de infancia de Bruce ya no sólo da forma al efecto de los rayos Gamma, sino que supone literalmente el origen físico de la criatura, al haber heredado la mutación de su padre. En otras palabras, aunque Hulk no aparezca hasta bien avanzada la trama está presente desde la primera vez que vemos a Bruce, y la posterior irradiación gamma sólo lo cataliza accidentalmente. Es cierto que en el cómic Bruce ya interactuaba de joven con un amigo invisible sobre el que proyectaba la imagen de lo que acabaría siendo Hulk, pero se trataba de un desdoblamiento de personalidad producto de su trauma infantil, y no estrictamente de una entidad interior. Este cambio refuerza la dualidad de Banner en detrimento de la individualidad de Hulk. Ya no son dos entes claramente diferenciados sino que pasan a ser mutuamente conscientes del otro, como las 2 caras de la misma moneda, y por eso comparten parcialmente sus rasgos faciales, y aún sus recuerdos, si bien a un nivel primario y emocional. Muy significativamente, la criatura retiene la memoria de Bruce más allá de sus autoimpuestos bloqueos.
Curiosamente, el único que pronuncia la palabra «Hulk» («Masa«, en la versión doblada al castellano) es el propio Bruce, y no lo utiliza como nombre, sino sólo para intentar describir a la criatura. Esto no dista demasiado del origen del término en el cómic, pues fue la primera palabra con que acertó a definirlo uno de los primeros soldados que se cruzaron en su camino. El código que utilizan los militares para referirse a él en la película es muy ilustrativo del concepto que Lee tiene de la criatura: el «Hombre furioso».
Además, el general Ross sigue siendo por supuesto el padre de Betty, y ésta el interés romántico de Bruce, con lo que el triángulo original se amplía a un verdadero conflicto familiar intergeneracional. Es el viejo esquema shakesperiano: San Francisco se transmuta en una nueva Verona, con los Banner y los Ross emulando a Capuletos y Montescos, con Bruce y Betty como dos modernos Romeo y Julieta, que padecen los pecados pasados de sus respectivos padres enfrentados por un antiguo conflicto que les impide a ambos comunicarse con sus hijos. Los amantes ofrecen su amor, el único punto luminoso que se permite la película y aún tenue, como única alternativa a la violencia. Como corresponde a los nuevos tiempos, Betty escapa al mero rol de chica del héroe (que también superaría con el tiempo en el propio cómic) y se convierte en una verdadera igual a Bruce en el laboratorio, para lo que Ang Lee afirma haberse basado en su propia mujer, la científica e investigadora Jane Lin. El cine de Lee se caracteriza por sus complejos personajes femeninos, y Jennifer Connelly, que ha ido a Yale y a Stanford, es perfecta para la nueva versión de Betty, pues a su evidente belleza e inteligencia es capaz de añadir una sutil vulnerabilidad, producto de su doble fracaso sentimental y familiar, que matiza al personaje sin restarle fortaleza. Pese a su modernización, el guión no escapa al obligado rescate de la dama por su caballero de verde armadura, probablemente la mayor concesión del guión de Schamus al código superheroico. En el fondo, esta Betty se muestra menos independiente que la original frente a Bruce, o acaso está menos condicionada por su padre, cuando, incapaz de ayudarle, decide entregarlo a los militares pero le acompaña en su encierro. Tal vez Lee se pase de frenada, pero hay que reconocerle que nos entrega la primera trama romántica del género que no resulta demasiado pastel en su contexto -a la que debería mucho al año siguiente la Liz Sherman del «Hellboy» de Guillermo del Toro. Puede incluso resultar excesivamente fría para un público acostumbrado a un registro más accesible en el cine comercial, pero consigue un excelente clímax en el cierre de la batalla de San Francisco.
Por su parte, la mera presencia del emblemático intérprete del Western clásico Sam Elliott dota al General Ross de una digna autoridad muy superior a la del caricaturesco y paranoico «Trueno» original. Lee dispone así de más espacio para explorar cómo la aparición de Hulk y sus conexiones con el pasado de Ross tensan la relación del general con su hija, aunque a cambio se pierde un registro cómico que le habría venido muy bien a la película. Lo peor es que en consecuencia, el rol de provocar a la bestia recae sobre el personaje de Glenn Talbot, y el actor Josh Lucas carece del carisma necesario para salir airoso del empeño. Debe concedérsele que lo tenía todo en contra: el guión lo describe mucho más unidimensionalmente que a sus compañeros, se sale absurdamente de tono al maltratar sádicamente a Bruce, y nos lo muestran con un estrambótico aspecto lleno de vendajes y sujeciones más propio de una tira cómica. Su infausto final lo acaba de retratar como un villano de cómic en el peor sentido de la palabra, ridiculizando injustificadamente al que en el cómic fuera el líder de los Hulkbusters. Nunca persiguió a Hulk por lucro y fue siempre leal a Ross, por no mencionar que llegó incluso a casarse con Betty. Por mucho que le pese a Ang Lee, cabe reivindicar el personaje homólogo de la serie de televisión, Mr McGee.
El drama de los Banner ya estaba muy presente en la historia original desde «La Encrucijada» de Bill Mantlo, y sobre todo en la etapa de Peter David, pero nunca antes había llegado a capitalizar el interés de sus autores sobre la propia criatura. Por lo tanto, el principal desafío del cásting era encontrar a los perfectos doctores David y Bruce Banner. Para el primero la una única opción fue siempre Nick Nolte. Hay que señalar que su David es el gran enemigo de Bruce pero no el de Hulk; actúa movido por el amor que siente por su hijo aunque lo manifieste de una forma perversa al rechazar como tal al hombre frente a la bestia, a la que considera el fruto de su genio. Su segundo motor es el odio a Ross, a quien culpa de sus fracasos, lo que acaba convirtiéndole en un personaje compulsivo y primario, impulsado por la venganza y la obsesión. Nolte siempre se ha sentido cómodo en papeles tan egocéntricos y excesivos, aunque en algunos momentos puede parecer algo histriónico al lado de Bana y Conelly, mientras que se echa de menos una confrontación directa con Elliot.
En cambio, la lista de candidatos para encarnar a Bruce fue mucho más amplia. Joe Johnston quiso primero a Johnny Depp, pero Ang Lee se lo ofreció a Billy Crudup, que lo rechazó. Una verdadera lástima, pues hay un gran Banner bajo su Dr. Manhatan en «Watchmen«. Después, las quinielas incluyeron a estrellas como Tom Cruise, Steve Buscemi, Davis Duchovny o Jeff Goldblum, pero el finalmente elegido fue un Eric Bana aún no demasiado conocido. Lo más sorprendentemente es que el actor australiano no da físicamente el perfil de empollón debilucho, hasta el punto de que la encargada de vestuario Marit Allen tuvo que ocultar su robusta anatomía bajo ropas holgadas y oscuras. Ang Lee se decantó por él en cuanto vio su debut como un monstruoso aunque encantador asesino en «Chopper«, ya que buscaba un actor capaz de mostrar los matices casi contradictorios de la represión emocional y el conflicto interior del personaje sin dejar de parecer bondadoso. No en vano, su carrera se ha cimentado luego en otros héroes contenidos como su Héctor en «Troya» o el agente del Mossad que encarna en «Munich». La confrontación entre dos caracteres tan opuestos como David y Bruce le hace un flaco a Bana, cuyo papel resulta soso por comparación. Seguramente ésto era precisamente lo que Lee pretendía, y no es casualidad que el propio Hulk, que no deja de ser la expresión de sus sentimientos reprimidos, resulte más expresivo que Bruce. Pero es difícil llegar a la audiencia cuando tu objetivo es precisamente contener las emociones y te muestras retraído e introvertido. Intencionado o no, es un problema que el público no pueda empatizar con el protagonista, porque provoca que se distancie de la película.
Pero «Hulk» no es sólo un intimista drama psicológico. Una vez asentados los personajes, Ang Lee los sumerge drásticamente en el espectáculo más desenfrenado, permitiéndose además homenajear a King Kong al reforzar la persecución militar y el romanticismo de la Bestia. Contó para ello nada menos que con Dennis Murren, un auténtico mago de la ILM que ha recibido a lo largo de su carrera hasta nueve Óscars por títulos tan trascendentales como ambas trilogías de «Star Wars», «Abbys«, «Terminator 2« o «Parque Jurásico», y es el único técnico de efectos especiales reconocido con una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood. Murren decidió que la única manera de presentar creíblemente a una criatura capaz de levantar dos toneladas y media, avanzar cinco kilómetros de un salto, correr a ciento sesenta kilómetros por hora y pasar de medir dos metros y medio a tres sesenta y luego cuatro y medio, era crearla íntegramente por infografía.
Bana no quedó completamente fuera del proceso aunque su alter ego digital acapara toda la acción. Tuvo que someterse a una «Escuela de Hulk» para adoptar las poses de las escenas que mostrasen el comienzo de la transformación, y prestó también sus recursos expresivos junto al resto de actores y el propio Ang Lee para nutrir el catálogo interpretativo de la criatura, mediante la técnica de motion-capture. En cambio, la captura de movimientos no resultaba útil para los gestos corporales porque la mezcla de agilidad y fuerza masiva de Hulk excede las capacidades humanas, de modo que pese al uso de la más alta tecnología informática su animación fue un trabajo esencialmente tradicional. Se volvió a la «Escuela de Hulk» para grabar a triatletas destrozando habitaciones llenas de objetos de plástico sintético (los culturistas no resultaron suficientemente ágiles) como inspiración para los amimadores. El proceso ocupó en total a 186 técnicos durante año y medio, pero pese al impresionante currículum de Murren, su Hulk digital no contentó a todo el mundo, y llegó a ser comparado con Shrek. Lo cierto es que el resultado en los primeros planos es espectacular, consiguiendo dar una réplica tan realista como poderosa a sus compañeros de carne y hueso, pero la integración del CGI en los planos generales no resulta completamente creíble, en especial en las escenas con mayor iluminación y las acciones más exageradas. Tampoco le favoreció en nada llegar después del Gollum de «El Señor de los anillos: Las 2 torres» desarrollado por Beta Digital. Pero no por ello sus intervenciones dejan de resultar enormemente dinámicas, y Ang Lee las dota de una gran fuerza estética e impacto visual.
La interacción física de Hulk con los demás personajes y los propios escenarios está en cambio excelentemente lograda. En este caso la consigna fue la contraria: huir de la infografía y recurrir en la medida de lo posible a los efectos físicos, responsabilidad de Michael Lantieri. Para crear el devastador rastro de Hulk se planteó cada una de sus apariciones «como una explosión que lo tuviera por epicentro«, instalando elaborados mecanismos hidráulicos ocultos tras los decorados que explotaban en sincronía con los movimientos virtuales de la criatura.
Lo más cuestionable de las escenas de acción es sin embargo su contradictoria corrección política. Se llega a extremos risiblemente inverosímiles por mostrarnos cómo sobreviven sus perseguidores militares tras ser arrojados por los aires en sus tanques o helicópteros. Si querían evitar a un Hulk asesino, no faltan entre sus distintas encarnaciones estados en los que la influencia racional de Banner basta al menos para inculcarle una moral básica; pero se ha apelado a su más versión más feral, por ser la más icónica, que no llega siquiera a hablar. El Hulk de la película es una criatura sumida en una terrible confusión primaria en la que sólo es consciente de recuerdos emocionales y del instinto de supervivencia, y una criatura así, dotada de tal poder, acosada hasta la muerte por el ejército, mata. Una cosa es un culturista pintado de verde como Lou Ferrignio, pero exhibir tal fortaleza y renegar de sus consecuencias sólo puede ser calificado de incoherente orgía digital. Entendemos el interés comercial por mantener una calificación moral baja, pero en tal caso, lo que sobra es el drama psicológico que se plantea antes de llegar a la acción, porque, así y todo seguirá sin ser una película para niños. Al final, las únicas víctimas mortales son los villanos, David Banner y Glen Talbot, quienes ni siquiera fallecen por la mano de Hulk sino por sus propios actos.
La película atesora muchos más méritos estéticos que la maestría en el uso de efectos especiales. Lo más obvio es la brillante factura visual que Tim Squyres imprime a las transiciones, inspirándose directamente en la propia estructura de la página del cómic. La pantalla se divide en varios planos simultáneos, congelando incluso alguno en el tiempo, a modo de viñetas que muestran diferentes perspectivas de la misma acción; en estos momentos se permite además expresivos efectos, cortinillas, planos o giros. Por supuesto que no hay nada nuevo en todo ello, pero el cine moderno ha interiorizado hasta tal punto el principio de no romper la ilusión de realidad que estos recursos suelen relegarse a otros formatos como el videoclip o la publicidad. Más allá del artificio estético, consigue refrescar la narración y es especialmente oportuno como homenaje al medio del que proviene la historia que adapta.
Más sutil pero igualmente destacable es la labor del director artístico Rick Heinrichs, en cuya filmografía se repiten no por casualidad nombres de una estética tan personal como los de Terry Gillian o Tim Burton, con quien ganó un óscar por su «Sleepy Holow«. Heinrichs tenía experiencia en el género desde el segundo Batman de Burton, y actualmente se está encargando del aspecto visual de la próxima adaptación del Capitán América. En «Hulk«, basa la iluminación, los ángulos de cámara y la paleta de color de las escenas de la criatura en el trabajo de Jack Kirby, muy visible en los brillantes tonos del desierto o en la extraña iluminación de las escenas nocturnas, como la pelea con los perros o la batalla final en el lago, en las que se combina fantasmagóricamente un cielo iluminado con un paisaje oscuro. Igualmente, los colores verde y púrpura persiguen a Banner, como por ejemplo en la decoración de la escena del baño, mientras que la paleta se vuelve en cambio mucho más sobria para las escenas realistas, y se oxida en los flashbacks. La base militar tiene por último una combinación de elementos industriales más estridente, que en ocasiones llega a recordar a mangas como «Akira» (ese ascensor), mientras que para los laboratorios civiles se huye voluntariamente de la exagerada tecnología y estética típicas de la ciencia ficción.
La banda sonora la pone uno de los grandes especialistas del género, Danny Elfman. Su partitura es eficiente pero carece del magnetismo de su «Batman» o su «Spiderman«, porque se ajusta a una película más reposada, que huye de efectismos. Nótese por ejemplo que las grandes explosiones en el desierto o incluso la Bomba-G son prácticamente mudas. Destacan dos temas centrales: unos acordes muy punteados para Bruce, insinuando tal vez una cuenta atrás hacia su explosión, y unos sorprendentemente evocadores coros árabes para Hulk, en lugar de la esperable fanfarria heroica.
Aunque los militares acaparen buena parte de la acción, el principal conflicto de la película no es el de Hulk con sus perseguidores, sino el que enfrenta a Bruce con su padre. Como principal villano de la función, David Banner recibe un desarrollo completamente independiente al del Bryan Banner de los cómics, desde el momento en que comparte la mutación de Bruce. Como es habitual en la mitología de Hulk, David no tarda en replicar deliberadamente el accidente. Primero lo ensaya sobre los perros de que convenientemente se acompaña, a imagen de los «Perros de la Guerra» con que el general Striker pretendió cazar a Hulk. Su diseño, tal vez demasiado cartoon para el estilo de la película (hubieran sido excelentes mascotas para Talbot), se debe por cierto a la hija de Ang Lee. Acto seguido David se irradia a sí mismo, y en contra de lo que era predecible no asume los poderes de ninguno de los numerosos miembros del plantel gamma, sino los de otros dos villanos habituales de Hulk de origen completamente distinto. En un principio adapta al Hombre Absorvente, hasta que absorbe las propiedades de un cable de corriente, y pasa a reencarnar al gigante radioeléctrico Zzzax, para sucumbir finalmente sobrecargado al intentar absorver la infinita energía interna de Hulk.
En conclusión, el «Hulk» de Ang Lee acumularía más que suficientes méritos técnicos y argumentales como para ser considerada sobresaliente, pero no es el caso. En cine, 2 y 2 no siempre suman 4, porque para hacer posible la suma de las partes hace falta un tercer ingrediente: el ritmo. No se trata de que la perspectiva intimista no sea adecuada, siempre que el espectador la enfrente con arreglo a tal expectativa; ni tampoco que falte acción, porque aunque la falta de ritmo haga que se perciba lo contrario, el cronómetro desmiente que Hulk salga menos ni aparezca más tarde de lo habitual en el género. La cuestión radica en que Schamus y Lee apuestan por dosificar los pasajes de acción, sin calcular que los diálogos que se van articulando entre medias con la pretensión de explorar los conflictos familiares acaban resultando demasiado pausados. Equivocan minuciosidad con reiteración y seriedad con profundidad, degenerando en pretenciosas disquisiciones filosóficas que pecan de ser más narrativas que expositivas, y conforme va avanzando la trama, las dos dimensiones palomitera e intimista de la película se acaban estorbando mutuamente.
La paradoja es que, tal vez por ser muda, la criatura sí que logra la tan buscada densidad dramática. Suyos son, sin una sola palabra, los tres momentos más efectivos de la película: la caricia con la que David le reconoce como hijo cuando se enfrentan por primera vez; su presencia tras el espejo frente a Bruce; y la bellísima conclusión de la persecución militar cuando la bestia revierte a humano ante la mera visión de su amada. En ese preciso instante la película logra funcionar y conciliar por fin todas sus partes. Es difícil encontrar un momento más redondo en ninguna otra adaptación Marvel. Hubiera sido un final perfecto, pero Lee quería hacer una película autosuficiente y no abrir una saga como pretendían sus productores. Transigió en añadir el epílogo en Sudamérica para dejar suficientemente abierto el final (y brindar un último homenaje a la frase estrella de la serie televisiva), pero no quiso despedirse de sus personajes en el amargo abrazo de San Francisco. En nuestra opinión hubiera sido preferible reservar el desenlace de la trama de David Banner para una segunda parte, porque el enfrentamiento final, lejos de liberar la tensión que supuestamente deberían haber ido acumulando los personajes, alarga demasiado la película, y exige al espectador un esfuerzo que a esas alturas empieza a sospechar que no va a recibir más recompensa.
Aún con sus considerables logros, la película queda como un valiente pero fallido intento de renovar el género. En adelante, la Casa de las Ideas se refugió en la seguridad de la fórmula clásica y como diría Unamuno, dejar que inventen otros. Por supuesto, la Distinguida Competencia aprovechó la oportunidad y salió de su letargo cinematográfico de la mano del Batman crepuscular de Christopher Nolan (de «Catwoman» mejor no acordarse). El clamoroso éxito de su «Caballero Oscuro» dejó pequeña en 2008 la suma de las recaudaciones de las mucho más convencionales «Iron Man«, y «El Increíble Hulk«. Marvel sabe que no puede quedarse atrás si no quiere arriesgarse a que sus franquicias parezcan añejas por comparación, como les ocurrió a las series de televisión setenteras tras el estreno de «Superman«. Es hora de volver a intentarlo, y ha recurrido nuevamente a un director de prestigio alejado del género, Kenneth Branagh, y un personaje consagrado con cuyas constantes guarda especial sintonía, Thor. La gran diferencia es que en este caso el público no está condicionado por una imagen icónica predeterminada.
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