Reseña sin spoilers de Star Wars: Los últimos Jedi: El lado claroscuro de La Fuerza

Estamos tan imbuidos de la mitología, iconografía y mercadotecnia de Star Wars (si no son lo mismo), que la magia de la saga se impone sobre sus estrictos valores cinematográficos. Una “sacralización” que irónicamente ha invertido la acogida de Los últimos Jedi, entusiasmando a una habitualmente condescendiente crítica generalista, pero ofendiendo a no pocos aficionados, sin que unos ni otros se refieran realmente a si es una buena o mala película, sino a sus repercusiones sobre el canon. Y es que el salto desde el neoclasicismo de J.J. Abrams en la anterior El despertar de la Fuerza al posmodernismo de Rian Johnson en ésta, es ciertamente inaudito. No porque cupiera esperar otra cosa de dos cineastas tan contrapuestos, basta comparar Super 8 con Looper, o extender dicho contraste al no menos dispar vaivén entre los salientes Phil Lord y Cristopher Miller y su reemplazo por Ron Howard, el año que viene en Solo, o el de Colin Trevorrow por un regresado Abrams para el Episodio IX dentro de dos; sino porque la personalidad de todos ellos parecería ajena a un producto tan sustancialmente industrial, y en el seno de la principal major de Hollywood, se presupone que tan conservadora como Disney.

Aprovechamos, sin embargo, que jugamos en casa, para sacar pecho por el sustrato autoral que viene cimentando asimismo Disney en la otra gran saga de nuestro tiempo, y actual modelo de toda franquicia multimedia: el Universo Cinemático Marvel. Ya sea por el espíritu independiente de Pixar, Lucasfilm y Marvel, o por la ambición de expandir exponencialmente unas sagas compradas al peso, la Casa del Ratón parece haber asumido que para hacer más de tres pelis (y un montón de productos derivados) cada veinte años, deberán renovarse a sí mismas. Desde luego, no imaginábamos ninguna controversia autoral cuando compartíamos Mickeys disfrazado de Spiderman o Darth Vader tras sus respectivas compras.

La incertidumbre es comprensible, pero también una gran noticia, después de un excesivamente predecible Episodio VII. Tras regurgitar durante varios días mi propia perplejidad inicial, creo más bien que los objetivos de ambos son complementarios. Johnson le debe en primer lugar su mayor margen de maniobra al monumental impulso financiero de Abrams, que, de hecho, sigue como productor ejecutivo de este Episodio VIII. El gran ausente es Lawrence Kasdan, co-guionista de El Imperio contraataca, El retorno del Jedi, El despertar de la Fuerza y el próximo spin-off de Solo, firmando Johnson Los últimos Jedi en solitario. La continuidad es no obstante exquisita, comparando él mismo su proceso creativo “con una excavación, más que con una escultura», en el sentido de que estudió todos los detalles de su predecesora, para asegurarse de que encajaran “con precisión forense”. Pero ésa, asegura, fue su única guía para continuar la historia según su propio y muy diferente criterio, derrumbando definitivamente el viejo mito de la trilogía de trilogías. Sí que comentaba constantemente sus ideas con el equipo de Lucasfilm (es de suponer que incluyendo a Abrams, como productor ejecutivo), pero todo el canon, por masivo y único que sea, se construiría piramidalmente a sí mismo, como reacción en su cúspide tan sólo a la película anterior. O según el primer mandamiento del presidente de Marvel Studios, Kevin Feige, “que cada película individual sea, antes que nada, más importante que la conectividad general”.

Pero Star Wars rima. El Despertar de la Fuerza se insertaba sin pudor en la actual oleada de refritos nostálgicos, en concreto del Episodio IV, pero contaba con la excusa de la narrativa cíclica de las dos trilogías de George Lucas. El gran acierto de Abrams fue materializar ese componente generacional a ambos lados de la pantalla, que los padres fans le pasaran también el relevo a sus hijos fans. Pero hay un número de veces que puedes contar la misma historia, sobre todo si Disney pretende multiplicarlo exponencialmente. No obstante, Los últimos Jedi nos siguen acunando en la inercia de El Imperio Contraataca, quizá con algún chiste y algún primer plano más de los acostumbrados, pero aún su gran ruptura es meramente saltar de improviso a El retorno del Jedi. El ciclo de los Skywalker era una puerta que había cerrar para dar definitivamente paso a la nueva generación. Que superficialmente parezca Hoth, pero debajo lata sangre nueva. O que al innovar, nos recuerde que la fuente sigue siendo la misma, como una nueva vuelta de tuerca galáctica a la II Guerra Mundial. Seguiremos en casa, mientras nos acompañen los acordes de John Williams.

Tal vez podría haberse cerrado sin confrontar al fandom. Pero si hace dos años le reprochábamos a Abrams su exceso de prudencia, es justo reconocerle ahora a Johnson que no lo podría haber hecho desde el miedo. Y es que hace falta mucho valor para desmitificar, hasta el iconicidio, una saga a la que le pesaba demasiado la necesidad de colgar una nueva gárgola Sith en la Catedral de Washington; para enfrentarse al mayor spoiler de la historia del cine desde su negación; para derrumbar el dualismo de su mitología, y aún de su esquematismo político. Personalmente, considero refrescante semejante descaro en un blockbuster, comprendiendo que habrá quien lo califique de falta de respeto y asumiendo que el resultado transpira un desorden que deja en el aire la duda de si lo están improvisando, si el relevo se ha dado con o en contra de Abrams, o si habrá o no Sith encerrado. Y cuánto de todo ello habría sido distinto sin la prematura pérdida de Carrie Fisher, comenzando, quizá, por la salida de Colin Treverrow de la próxima entrega. Pero no tiene sentido especular con los huecos que deberá rellenar el Episodio IX, si pretendemos valorar este capítulo individualmente. Tampoco sabíamos mucho más del Emperador, la antigua República y la Alianza Rebelde a estas alturas de la saga original, que del Líder Supremo Snoke, la Primera Orden o la Resistencia ahora, y la propia existencia de esta nueva trilogía evidencia lo abierto que quedó su desenlace.

No debería importar tanto lo que queda atrás como qué se construye. Pero más allá de todo el ruido externo, Los últimos Jedi escapa también a una calificación única desde el presente. Es posiblemente una de las entregas de toda la saga que mejor ha equilibrado la diversión con el elemento bélico. Pero le acaba sobrando metraje, forzando el montaje paralelo marca de la franquicia, con dos tramas principales que confluyen sólo porque acaba la película, y una tercera, no por casualidad la que carece de un veterano que la tutele, que casi ni eso. Se compensa con una sobredosis de acción, soportada más por el nivel de de producción que por una realización meramente funcional, sin la fuerza estética de Gareth Edwards ni el pulso narrativo de Abrams. Y una mayor dosis de humor para soltar esa presión extra, rozando incluso la parodia, lo que tampoco es ninguna novedad si recordamos las películas clásicas, ni al menos tan exclusivamente infantil como en las precuelas. Esa capacidad de reírse de sí mismos contribuye a que los nuevos héroes sean dignos herederos del carisma de los clásicos y a cortar la distancia entre ambas generaciones de personajes. Un alma que eché de menos de menos en Rogue One y que aquí debemos en gran parte a El Despertar de la Fuerza, pero que Johnson llena de nuevos matices, e inauditamente de debilidades, para quebrar por fin sus antiguos arquetipos, reinventándolos, desarrollándolos y llenándolos de vida.

Star Wars: Los últimos Jedi rompe un bucle de cuarenta años, y acierta a corregir los errores de la anterior entrega sin miedo a cometer otros nuevos. Mientras, Johnson mira aún más allá y prepara ya la cuarta trilogía, presumiblemente a partir de 2021, de la que sólo ha trascendido que quedará al margen de los Skywalker. Como proclama su verdadero protagonista: «dejar morir a lo viejo».

Iñigo de Prada.

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